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Estos días ha circulado un meme señalando que Estados Unidos innova, China produce, y la Unión Europea (UE) regula, dentro de un movimiento hacia una menor regulación en Europa. Como todo en la vida, se trata de encontrar una justa medida, y el caso de la banca, que en Europa y España muestra unos resultados muy buenos, es interesante. Leo un trabajo de Correia, Luck, y Verner, del Cato Institute (2024) : Why Do Banks Fails, analizando desde 1863 las quiebras bancarias en Estados Unidos, donde concluyen que la causa de quiebra porque los depositantes retiran bruscamente su dinero, es apenas el 13% desde 1935 hasta hoy, mientras que hay cuatro razones de peso. Una, la pérdida por impagos en los préstamos, o por inversiones en activos con riesgo; dos, el deterioro de la solvencia por falta de capital y recursos propios; tres, la fuerte expansión con fondos que se pagan caros y son volátiles; y cuarto, un rápido crecimiento en activos, en los diez años anteriores a la quiebra. Los clientes, incluidos otros bancos, reaccionan tarde a este deterioro.
La evidencia sobre la desregulación como causa de las quiebras bancarias en la Gran Crisis Financiera es abrumadora, al igual que la insuficiencia regulatoria en las recientes, entre las que destaca la del Silicon Valley; ante la nueva ola desreguladora habrá que recelar, y mirar con cuidado a los bancos norteamericanos . En lo que se conoce como Basilea III los bancos tienen un capital regulado y reservas para circunstancias excepcionales, que son tanto mayores como el riesgo de sus créditos e inversiones; y, además, deben contar con buena liquidez. Por otra parte, la remuneración por los depósitos en el banco central ha aumentado, contribuyendo al beneficio. Con estos requisitos de prudencia, los bancos centrales tienen la misión de proporcionar liquidez a la banca en momentos de temor colectivo como ocurrió con la pandemia; y por su cercanía no podemos dejar de mencionar el caso de Popular, que pese al deterioro de sus activos era un banco rentable, y el banco central no fue hábil para evitar la retirada de depósitos.
Tres ideas surgen de todo esto. Una, que el capital elevado es una carga para un banco, pero N. Boyaryenko y otros desde la Reserva Federal de Nueva York, encuentran que en plazos largos una relación alta entre capital y balance, al propiciar la prudencia, reduce la vulnerabilidad de la economía en su conjunto, y compensa una posible limitación en la financiación. Bancos mal regulados son a la larga un problema para todos, y se quejaba hace poco el presidente de Bank of America, de tener que pagar 2,7 mil millones de dólares al fondo de seguro de depósitos por las quiebras recientes en su país. Segunda, hay razones aparte de la regulación que determinan la rentabilidad, como vemos estos días con la insatisfacción de Santander con su negocio en Gran Bretaña, que pese a proporcionar un beneficio sustancial, no lo es en comparación con el que obtienen en España y otras partes de Europa. Y una tercera idea es que la regulación se está identificando con criterios medioambientales, también para los bancos, y aquí se abre otra discusión; pero como diría Michael Ende, esta es una historia diferente, que debe ser contada en otro momento.
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