El balcón
Ignacio Martínez
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La colmena
Hay días en que es mejor no levantarse. Me resulta hasta patético confesarlo: una nota de voz de un segundo en el móvil me ha costado 200 euros y 6 puntos de carné. Estaba parada en un semáforo rojo, de esos eternos del centro de la ciudad, y se me ocurrió avisar de que llegaría uno pelín tarde. Dos policías locales estaban al acecho. Todavía no me lo creo. “Ha sido un instante”, les digo. “Da igual”, me replican, “los accidentes ocurren en un segundo”. “Pero si estaba completamente parada”, les imploro. “No, estaba usted circulando y está prohibido”.
Pues llevan razón. Más allá de los titulares, no me había leído bien la nueva Ley de Seguridad Vial. Ahora, encuentro decenas de informaciones contándonos la caja que están haciendo los ayuntamientos con el endurecimiento de las sanciones. ¿La culpa? El móvil. No hablar sino manipular. Estoy cabreada (¿cómo no pude evitar la multa?) y me siento víctima y maltratada. Pero es entonces cuando decido contar hasta diez.
Me explico: en ese mismo cruce, este fin de semana ha muerto un motorista arrollado por un conductor que se saltó un giro. También serían segundos.
Miro hacia atrás. Hago cientos de gestiones con el móvil en los semáforos (¡espero que no lean esto los agentes y me persigan!) con la absoluta convicción de que lo tengo todo bajo control; igual no es así. Mi multa de hoy, lo digo con honestidad, creo que ha sido un exceso pero mi comportamiento al volante no es que sea demasiado ejemplar.
Voy a pagar la sanción en periodo voluntario. No por lo de hoy sino por lo de todos los días. Y me gustaría decir que he aprendido la lección. Bueno, ¡estoy en ello! Todos hemos hecho una masterclass para evitar radares y sanciones en carretera por velocidad pero vamos como locos en la ciudad. Siempre tarde y bajo presión. Vuelvo al motorista de este fin de semana. Cuarenta y pocos; muerto.
Las víctimas no somos los que cometemos las infracciones sino los demás. Por eso, justo al contrario a lo que tenía pensado escribir, voy a defender que nos excedamos in vigilancia con leyes pensadas para una mayoría que, seguro, penalizarán a unos y se quedarán cortas con otros. “¿Usted sabe quién soy yo?”. No me digan que no han tenido la tentación de emplear esta frase sabiendo que siempre hay unos privilegiados (de todo) que se escapan. A media mañana lo pensé; también soñé con poder dar marcha atrás al reloj. Ni lo uno ni lo otro. ¡200 euros! Vale.
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