Alto y claro
José Antonio Carrizosa
La confianza está rota
157656815 gritaba, iracundo, y lanzaba bolas de estiércol que iba sacando del suelo, oscuro y sucio, arañándolo con insistente fuerza, como si en cada zarpazo pudiera saciar un poco de su sed de venganza, aplacar el odio que le agarraba la garganta. Vociferaba, desgañitado, insultos y adjetivos inacabados, y repetía exagerados aspavientos con sus manos manchadas, que de vez en cuando se echaba a la boca para gritar más fuerte: ¡Fuera, fuera!, insistía, con ojos enrojecidos, encendidos por la rabia y el desprecio.
Nunca le había caído mal 117665460, pero desde esa misma mañana le resultaba tan odiosa que casi le entraban ganas de pegarle. Esa actitud suya tan chulesca, con cara de mirar a todos por encima del hombro… Lo decía todo el mundo, que se lo habían leído a 227811543, que la había visto por la calle limpiándose las manos y riéndose, lo cual era un claro indicio de que la presidenta era la que lo había organizado todo. ¿Cómo había sido capaz de eso? ¿Cómo era posible que después de lo que había pasado se atreviera a asomarse por allí?
Tanto de lo mismo había pasado con el alcalde. Lo habían llevado en coche a no sé dónde, por lo visto, y claro, todos los demás tenían que ir en autobús y aquello era un abuso de poder que, vamos, menudo abuso de poder, y 332679112 lo grabó todo con su móvil y dijo que incluso podría ser prevaricación, que se lo había dicho un juez que conocía y había un montón de gente que lo estaba confirmando, que sí que era prevaricación. La propia presidenta lo había estado diciendo, que no había derecho a hacerle eso a la gente, que qué cara más dura el alcalde. Y, para colmo, apareció la concejala. La del párking por la cara, con lo que a él le costaba aparcar el coche todos los días y la tipa se había sacado una plaza porque sí, o eso había contado uno de la notaría a 411246725, que lo confirmaba porque lo sabía de buena tinta y además había mucha gente que decía que sí, que sí, y habían publicado un papel con su firma. Así que como justo estaba pasando por su lado y alguien dijo: dale, dale, pues no pudo contenerse y le lanzó una pedrada con todas sus fuerzas, con la cosa de que de repente empezó a sangrar. La tenía junto a él cuando sacó el teléfono para hablar con la niña, mi niña, le decía, y le contaba que estaba bien, que no se preocupara que no pasaba nada que aquello había sido un momento de tensión. Arrancó a llorar justo antes de colgar, y 157656815 pensó que pobre mujer, que a fin de cuentas 322118724 también tenía sus sentimientos, y vista de cerca no parecía tan mala. Buena gente, incluso. Normal, vaya. Con, suponía, sus virtudes y sus defectos, como todo el mundo.
Pero lo que más le chocó, lo que más le dolió, fue la extraña sensación de haberse despertado de golpe de un mal sueño en el que las personas habían dejado de ser personas para convertirse en memes. En caricaturas. Nombres a los que había que odiar, adorar, insultar. De los que reírse. En números. Idés que un sistema algorítmico recorta, apila y distribuye a conveniencia de alguien. Abochornado, se dio media vuelta y se marchó a su casa. Le habían entrado unas ganas terribles de acercarse a su vieja butaca , apagar el móvil, encender la lamparita y sentarse a leer un buen libro.
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