
La esquina
José Aguilar
Sánchez quiere todo a la vez
Pepi (vamos a llamarla Pepi) cree que su cáncer ha vuelto. A lo mejor se equivoca, oye. A lo mejor los marcadores se le han disparado porque sí y a lo mejor es cosa de ella, que ya no se cree que las cosas puedan salir bien alguna vez, pero es que lleva tantos años sabiendo que también salen mal que vive con el miedo en el cuerpo, con el susto a flor de piel, que no lo suelta, que no hay manera, aunque quién coño no iba a tener miedo ahora, si te están diciendo que puedes tener cáncer otra vez y que te tienen que hacer un TAC para saber cómo lo afrontamos y tal y que mejor que sea urgente porque cualquiera se fía... Así que Pepi se cree que le ha vuelto, les decía, pero en realidad no lo sabe porque lleva dos meses esperando a que le digan si sí o si no, y mira que ya lo pasó mal antes, cuando el primer diagnóstico y decírselo a la familia y el dolor y la radio y el mal cuerpo y todo aquello, pero como esto de ahora, como esto de tener que permanecer de brazos cruzados esperando, esto de dormir tan poco, de pensar tanto, de enfadarte tanto, de lamentarse tanto, de tener que rogar tanto para que te hagan el puñetero TAC… Como esto no hay nada peor porque esto, piensa, en realidad no es una espera, sino una tortura.
Hay más como ella. Puede que mejor, puede que peor, pero como ella. Hasta 800 tacs pendientes, solo en Oncología. Lo contaba el periodista Alberto Ruiz en un excelente reportaje publicado en este periódico la semana pasada. Pasa aquí, en casa, en Huelva, en el Juan Ramón, y lo peor (digamos mejor ‘lo más triste’, que lo peor es lo que están pasando ellos) es que nadie da explicaciones, o quizás las dan, pero ya ninguno se las traga porque aquí, en casa, en Huelva, hemos comulgado tantas veces con ruedas de molino tan grandes que ya es que no nos entra ni una más. 800 tacs pendientes son 800 personas sufriendo, como si no tuvieran ya bastante, la incertidumbre no de saber si lo que tienen, o lo que no tienen, les va a matar, o no, de aquí a unos meses. 800 tacs pendientes es la metáfora de la desesperanza.
La constatación numérica, cuantificable, del desamparo de una provincia que sigue a estas alturas siendo la única de Andalucía sin chares, ni uno, ni hospital materno infantil. 800 tacs es la cifra de la vergüenza, la certeza definitiva del abandono al que han condenado a una provincia entera y a su gente. Es el acta que certifica las promesas vacías de los que nos vendieron soluciones y solo nos han traído humo. 800 tacs es la unidad de medida de la mentira, el testimonio de un engaño (de otro más), aunque para ellos cada una de esas pruebas no sean más que un número, una X más que marcar en una lista larguísima de gente que espera agolpada, aplastada por la enorme colección de fracasos de la Junta de Andalucía con nuestra sanidad. Y es, también, sobre todo, la evidencia de que siempre que haya un cómplice en silencio habrá un culpable tranquilo. De que permanentemente seremos menos que los demás porque nuestro primer enemigo sigue estando donde siempre: aquí, en Huelva, en casa. Cobardemente callado.
También te puede interesar
La esquina
José Aguilar
Sánchez quiere todo a la vez
La firma
Antonio Fernández Jurado
¿Pérdida de tiempo?
En tránsito
Eduardo Jordá
Sobre ‘El odio’
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
El presupuesto de los presupuestos
Lo último