Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Pero… ¿qué nos pasa? Supongo que soy un ingenuo, pero creo que la mayor parte de la gente preferimos vivir en paz que peleando, preferimos un entorno amable a nuestro alrededor que insultos, agresiones y violencia. Prefiero pensar que si tenemos que elegir entre la ira o la calma señalamos lo segundo, y que si la elección es entre abrazos o empujones escogemos lo primero. Insisto: quiero pensar que, con un puñado de inevitables excepciones, preferimos la convivencia al enfrentamiento.
Pero sin embargo nos vamos adentrando cada vez más en una sociedad en permanente conflicto. ¿Qué nos cabrea tanto? Podría ser que la lista Forbes, aparecida estos días con su conocido desfile de inmensas fortunas, nos irritara, sabiendo como sabemos que unos pocos de millones de personas no llegan a fin de mes, por más que tengan dos nónimas en casa. Esas fortunas que crecen indecentemente cada año podrían ser la causa de nuestro enfado, de nuestra bilis desatada. Pero no: eso lo escuchamos con indiferencia, mientras seguimos sorbiendo tranquilos nuestro café.
¿Entonces? Tal vez nos enojen los resultados de la banca, también aparecidos en estos días, que siguen acumulando beneficios, después de haber recibido ayudas millonarias del estado en el peor momento de la crisis, después de haber desahuciado a miles de familias, después de haber recortado los servicios a la ciudadanía y de haber despedido a gran parte de sus plantillas. Pero no: los resultados empresariales de la banca nos dejan fríos.
Sin embargo, los nacionalismos… eso, oye, nos cabrea mucho. No cualquier nacionalismo, sino los de la autonomías, que por las razones que sean, han decidido seguir apostando por el federalismo y por la descentralización de las competencias de gobierno. Por su lengua y sus fronteras. Eso nos parece irritante hasta el extremo de poner en riesgo la convivencia, de preferir el golpe al abrazo, el insulto a la conversación. Nos parece que el país se rompe.
Y la política, que debería servir para encontrar fórmulas de entendimiento, ha preferido alimentar la bilis, la ira. Y en esas estamos. Es absurdo, porque este enfrentamiento es entre iguales, es horizontal, entre trabajadores, entre vecinos. Y mientras, pasamos por alto el abismo que se abre entra las grandes fortunas y la clase trabajadora, el conflicto vertical. No encuentro ninguna razón que tenga suficiente peso como para poner en riesgo la convivencia con Cataluña.
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