El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
Cambio de sentido
Están al alza últimamente los fraudes de lengua, todo tipo de estafas idiomáticas, más allá de los habituales eufemismos, neologismos, revoleras gramaticales, tecnicismos de pichiglás y expresiones perifrásticas con las que los argumentarios políticos y otros lenguajes de poder nos pretenden adormecer. La malversación de ese fondo público que es el diccionario va incluso más allá: sin que nos demos cuenta, nos tocan y truecan las palabras, hasta arrancarlas de su fondo y poso, hasta hacerlas significar otra cosa. Esto no es nada nuevo -pregúntenle a Orwell sobre neolenguas-; de ello nos llevan advirtiendo los cabales desde Antonio Machado, que bien sabía que la poesía era "el mundo visto al fin del derecho", o desde los llamados Diccionarios del diablo, que tratan de demoler las falsías del idioma, renombrar e "inventar palabras, sí, para que ellas nos inventen" (señaló Ángel Crespo) contra la constante manipulación a la que, lenguaje a través, estamos sometidos.
De un tiempo a esta parte, libre significa gratis; liberación es el proceso por el cual un móvil puede usar cualquier tarjeta, y libertad, poder adquisitivo. Compartir, qué pena, es poner a disposición de un usuario un archivo o enlace. En los días pasados dediqué un artículo a observar cómo no pocas personas predican de sí mismas ser unas privilegiadas por tener un contrato precario, haber estudiado con una beca del Estado, poder votar o compartir piso con cuatro personas. Tremendo cambiazo: a los derechos conquistados, o a lo obtenido con nuestro esfuerzo, ahora lo llamamos "privilegios". Desde aquí puedo oír las carcajadas de los auténticos y únicos privilegiados de nuestra sociedad.
El último fraude verbal ha llegado de la mano del ventrílocuo de Isabel Díaz Ayuso que, en vez de reforzar la sanidad y estudiar medidas de contención ante el tsunami de contagios de Covid, anima al "autocuidado". Y añade: "El gran hospital de Madrid está en los domicilios madrileños". Autodiagnosticarnos, automedicarnos, aguantar el tirón todo lo que se pueda, o valorar cada cual si puede permitirse o no confinarse no es autocuidado; se llama abandono por parte de la Administración. Autocuidarse no es improvisar una misma, sin conocimientos médicos ni farmacéuticos, ante el desamparo; como tampoco lo es comprarse un bolso para subirse la moral. Autocuidarse es muy otra cosa: ponerse lejos de mendaces, viles, listillas y arteros. O no comulgar con estas ruedas de molino, por ejemplo.
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