Confabulario
Manuel Gregorio González
R etrocediendo
La otra orilla
Dentro de cuatro años, en marzo de 2028, se conocerá algún tejemaneje perpetrado a lo largo del mes que hemos dejado atrás en este 2024. Podemos imaginar cualquier cosa: el cobro de comisiones por la celebración de una mascletà en una ciudad distinta a Valencia, por algo relacionado con la Fórmula 1 en esa misma ciudad o por la venta de armas a un genocida, oscuras conexiones entre las movilizaciones de los agricultores, el fascismo y fondos de inversión a los que poco les preocupa la situación del campo, el amaño de alguna competición deportiva, “errores” que mataron a miles de personas en algunas de las guerras abiertas en la fecha referida, más comisiones para tapar algo de un incendio, algún escándalo ambiental referido a la gestión del agua o de un espacio protegido, los manejos del sector inmobiliario para seguir priorizando la vivienda “como bien de mercado” frente a aquellas medidas que favorecerían el acceso a esta como un derecho esencial, también mordidas mediante y, por supuesto, otro capítulo referido a todo lo que ocurre en Cataluña.
Como está ocurriendo en estos días, dentro de cuatro años, todos los implicados también se subirán sin pudor al “y tú más”, intentarán embarrar el debate público y hacernos creer ese “todos son iguales” que parece hacer más liviano, por ejemplo, que en mitad de la situación más dura vivida en este país en lo que va de siglo, ellos sólo estuvieran pensando en cómo alimentar sus carteras. Algo en lo que los koldos locales han estado acompañados por las grandes fortunas planetarias.
Pero no es cierto, lo suyo es especialmente grave porque, frente a su corrupta ambición, tienen a miles de personas -entre el funcionariado de todas las administraciones, entre la sociedad civil, entre las que ocupan cargos de todo tipo, desde remotas concejalías a ministerios varios, desde las bases de sus propios partidos a sus órganos de dirección- que se dejan el pellejo por mejorar la situación del campo, por acabar con las guerras, por evitar incendios o mejorar el acceso a la vivienda, por atender a quien sufre todo tipo de enfermedades o dar una educación digna a la chavalería.
Lo peor que podríamos hacer es caer en su trampa, eso sólo los haría más impunes y pondría más difícil los esfuerzos por construir una sociedad mejor. Lo mejor que podríamos hacer es alegrarnos de comprobar que cada vez es más difícil que los buitres queden indemnes.
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