Opinión

José Luis Barrios / Abogado

Carta fraternal al decano de los abogados de Huelva

22 de julio 2014 - 01:00

EVOCANDO a Ricardo Olivos, insigne abogado civilista de Valverde del Camino y experto conocedor de las artes del fútbol, comienzo este homenaje íntimo a Juan José eliminándole la excelencia en el tratamiento y el don, pues, al igual que a Cristo nadie le llama don Jesús, lo mismo le ocurre al decano de los abogados onubenses, al que, quitándole la excelencia y el don -que los tiene-, eliminamos esa distancia entre los que le nombramos y el nombrado.

Con anterior introito, con técnica de escritura de dudoso rigor, deberá permitírseme dirigirme una veces directamente a Juan José y otras al lector, pero en ambos casos investido de cierto pudor y reserva, aspirando a no caer en el fácil encomio natural hacia un compañero de la profesión, pero es que, además, en mi caso se da un plus. Al mismo tiempo que compañero hoy, hice hace muchos años la necesaria pasantía en su despacho, circunstancia por sísola que prestigiaba a quienes pasaban por su bufete.

Juan José Domínguez Jiménez, abogado de Huelva, decano del Colegio de Abogados de Huelva, reputado y esclarecido jurista, con fama de bohemio, pero con dones especiales en la simpatía, en la lucidez y refulgencia de ideas, incluso para el Derecho, y un trabajador incansable, es una institución en Huelva, ligado tanto a los medios judiciales, a la política activa, a los artistas, a los medios deportivos, al Recre, a los educativos y, por último, incluso, hizo pinitos en la pacífica revolución de la psiquiatría de finales de los 70 y principios de los 80.

Nacido accidentalmente en Utrera, con ascendencia del pueblo andevaleño de grandes tradiciones, El Alosno, que no cabe duda le imprimió carácter, estudió en los Maristas de Huelva, vivió más allá de la Vega Larga, cerca del Coso de la Merced, para proseguir estudiando en Sevilla, en la Facultad de Derecho de la Calle Laraña, instalándose en Huelva al terminar la licenciatura y las milicias universitarias, previa pasantía con un magnifico y recordado maestro que simultaneaba Alcaldía y Despacho, abre Bufete propio que se ha ubicado en distintos lugares de nuestra ciudad, la calle Méndez Núñez, la Plaza del Punto y la Alameda Sundheim.

Me he impuesto no citar por su patronímico y apellidos nada más que a Juan José, a su mujer y compañera Salud, y a su padre, don Pedro, al que todos los que estábamos cerca de Juan José teníamos que querer.

Los que pasamos por su despacho formábamos parte de su familia, corta en la adquirida pero profundísima en amigos, parientes, artistas del teatro, del cine o de la pintura, y compañeros de la profesión, sintiendo que muchos lectores de esta misiva, íntima pero en definitiva pública, no puedan colegir entre líneas lo mucho que quieren expresar sobre Juan José.

Su imagen se sigue presentando eternamente sonriente, escondiendo unos sentimientos inconfesables, tanto en momentos amargos como en aquellos de gloria del onubensismo en el palco, de recogimiento cofrade expresados en un pregón de Semana Santa, en reuniones clandestinas celebradas en la Librería Saltes o al recibir el rumor de que una señora, con serias dudas de pudiera ser la suya propia, había dado una sonada bofetada a una representante del Antiguo Régimen.

Real o irreal la historia, pertenece a un pasado que olvidamos. Pero Juan Jose también es un mito, con un cigarro en una mano y un whisky en la otra, se le ve por aquellos saraos tras la sesiones de los primeros años del Festival de Cine, al igual que en tertulias del Hotel Tartessos, así en la Plaza Niña, con barril o sin el, pero que si sus piedras hablaran destilarían olores fundidos de jazmín, malta y algún que otro puchero, como los que paternalmente le ofrecía Don Pedro Domínguez, o aquellos en el Convento de la Luz que dejaban fruición junto a los recuerdos del buen aceite y las "tostas" de Trigueros, revolucionando a propios y extraños del mundo de estrados.

Mil perdones Juan José por sacar a la luz cual crónica rosácea estos momentos fuera del despacho, pues el continuo era traqueteo con visitas o no a los privados de libertad o salidas urgentes a las antiguas dependencias policiales se fundía con una frenética actividad social, lúdica, política y artística, deviniendo cotidiano el que año tras año, en tu estancia estival en Punta Umbría, eso sí, sin bajar y pisar la playa, algún cliente turbase tu merecido descanso con perturbadora vigilia centinela para abordarte en tus salidas.

Hoy lo más importante de estas líneas cercanas y fraternales, como homenaje a la figura del decano, de Juan José Domínguez, no es su figura pública y privada, fundidas en muchas actividades, lo importante hoy, día 22, es la imposición en acto público de la Cruz de Honor de San Raimundo de Peñafort, concedida hace muchos años, viniendo ello a constituir un homenaje a todos los abogados que con dignidad él representa, y a nuestro Colegio de Abogados.

Le honra al decano, a Juan José, el que en sus casi sesenta años de ejercicio haya venido cuidando y alentado una dedicación de calidad a lo que en un principio era justicia para pobres, y hoy se desarrolla como Turno de Justicia Gratuita, y lo ha conseguido, pero el colectivo sigue necesitando público reconocimiento y atenciones.

Salud Juan José. ¡Que la conserves!

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