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José Aguilar
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Los afanes
Cuenta Plutarco que Antímaco de Colofón y un tal Nicerato de Heraclea competían con poemas en las Lisandreas, y venció Nicerato. Antímaco encolerizado destruyó su poema. Platón, que por entonces era joven y admiraba la poesía de Antímaco, se dio cuenta de que el poeta llevaba mal su derrota e intentó darle consuelo. Le dijo que la ignorancia era el mal de los ignorantes, al igual que la ceguera el mal de los que no ven. La dulzura de la poesía fue la gran perdedora. Y un poco de ignorantes y de ciegos tenemos las personas en estos últimos tiempos. Solo hay que escuchar o ver una sesión en el Congreso de los Diputados, o incluso ser incapaces de diferenciar una manifestación de un acto de terrorismo.
Algo de castrados intelectuales se nos está quedando. Tanto teletrabajo, tanta teleformación, tanta pamplina. Pienso que alguien que no acude a su centro de trabajo o a su escuela no se desplaza, no desarrolla la obligación, no ejercita la responsabilidad, no entabla conversación con sus compañeros, no mira a los ojos a otros tantos, no mantiene las normas de convivencia profesional o de amistad o de compañerismo. Si a todo esto le sumas las pantallas, los móviles, la tele, dejamos de habilitar nuestros sentidos más primordiales. ¡Que no! Que el trabajo es el trabajo y la formación es la formación.
Un castrado intelectual llega a perder la "ingeniosa invención" que dijera Cervantes. Y lo hace motivado, y hasta incentivado, por quien desea que así ocurra. Todos hemos escuchado eso de que el comunismo necesita a un país arruinado para seguir siendo comunismo. Pero además se está comprobando que también precisa que las personas seamos unos castrados intelectuales. Caminamos un poco a ese "entretenimiento del pueblo" que también escribía Cervantes. Estar entretenidos, según dicen, hace que nos tengan controlados, confinados. Y dejamos de ver, porque dejamos de pensar.
Escribía Cicerón en una carta: "Criticando lo que consideres que debe ser censurado, dando tu aprobación con el apoyo de argumentos razonados a lo que juzgues correcto y, en el caso de que consideres que, según es tu costumbre, debe obrarse con algo más de libertad, señalando los numerosos casos de deslealtad, conspiración y traición contra mí". He descubierto que lo evidente seguirá siendo evidente, y lo falso, mentira. No podemos dejar que desaparezca la dulzura. No podemos consentir que se desprecie la dulzura. No podemos aceptar vivir en un mundo sin dulzura. Lo intentan, pero no lo consiguen.
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