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EL último incidente ferroviario que han sufrido los onubenses en el Alvia entre Huelva y Madrid se sale de lo habitual, de lo ya asumido con resignación por los usuarios onubenses. Hubo un retraso de 44 minutos en la llegada, que vino esta vez envuelto de esperpento y estupor: tras la parada en Córdoba, el tren tomó la vía equivocada, dirección a Málaga, y no a Sevilla-Huelva. Cuando se reparó en el error, el convoy se paró y tuvo que dar marcha atrás para volver a la estación, antes de retomar luego su viaje a Huelva. Sucedió el jueves, al caer la noche. No es ficción.
Falló el sistema que marca el itinerario de cada tren en el complejo entramado ferroviario estatal. Eso dijo Adif. Y es cierto que posteriormente funcionó el protocolo de seguridad y se pudo maniobrar sin riesgo para los pasajeros. Probablemente haya que agradecer eternamente al conductor su pericia y su rapidez en dar la alarma para que ese protocolo fuese efectivo. Pero a muchos se nos pasó por la cabeza que ese fallo poco común pudo haber tenido consecuencias fatales. Quizá otro tren, ajeno, podía haber coincidido en tiempo y lugar con el que no debía estar en ese trayecto. Entonces estaríamos lamentando ahora un terrible siniestro con víctimas mortales que nos sacudiría para siempre. Pudo suceder la noche del jueves. No es catastrofismo.
Los accidentes son improbables hasta que ocurren. Por ejemplo, sucediendo algo con lo que no se contaba, como un tren tomando el camino y la dirección equivocadas. Nada más grave pasó el jueves porque no tocaba en ese momento coincidir allí con otro tren en la misma vía. Quizá porque no hubo otro error combinado que llevara al desastre absoluto.
Todos los fallos pueden ser explicables, pero no admisibles cuando pueden dejar muertes y mucho dolor. Y ya hemos visto escalofriantes accidentes seguidos de una serie de lamentos y de un eterno proceso judicial para encontrar las causas de ese lapsus que parecía imposible. De cómo lo improbable sucedió.
Por fortuna, esta vez sin ese desenlace fatal, esperemos que ahora se investigue y se tomen medidas para que no vuelva a repetirse ese desajuste que en otro momento podríamos lamentar mucho más que por un retraso en la llegada a nuestra estación de destino.
Aunque el incidente es serio, ha sido inevitable que algunos se lo tomaran a broma y sacaran punta en las redes sociales. Más que por inconsciencia o insensibilidad es producto del hartazgo por reiteración. Reír por no llorar. Una salida a la resignación asociada ya a la degeneración extrema que sufren los trenes en Huelva. Es la otra parte del asunto, la del esperpento y la del maltrato a los usuarios de una provincia que suman más malas experiencias de las que realmente trascienden en los medios de comunicación o en las redes sociales. Es la costumbre, en la que lo extraordinario es que no haya incidencias.
El desastre estuvo cerca en esta ocasión, y lo ha estado en otras, como aquel accidente con un tractor meses atrás que dejó heridos, corte de vía y otro episodio vergonzoso. Como el de aquella noche de avería y horas de espera sin explicación para acabar con ancianos arrastrando maletas junto a la vía en la oscuridad de la madrugada. ¿Tendría que pasar una desgracia mayor para que se atendieran las deficiencias del servicio ferroviario en Huelva? Nunca debería suceder algo así, y, aunque ocurriera, seguro que tampoco se asociaría a esa precariedad que sufren los onubenses y nada cambiaría.
En ese deficiente servicio de trenes que tiene Huelva puede que haya un problema de fondo de todo el sistema ferroviario, que hace aguas por más sitios. Pero esta provincia, seguro, es la que sufre la suma de todos los males. Es la que parte en mayor inferioridad, con un servicio de por sí reducido, mínimo, insuficiente y deficiente, y con momentos caóticos y continuos, como el que se incorporó al historial este jueves pasado. Y ese escenario se mantiene mientras otros españoles disfrutan, aun con fallos, de los mejores servicios por frecuencia, comodidad, tiempo y precios. Y mientras otros los ven más cerca con obras en ejecución, proyectos en marcha y planes de realización que no les harán esperar 26 años, hasta 2050, como se consumará para Huelva en unas semanas por la aprobación final de la Red Transeuropea de Transportes.
Esta aparente obsesión de Huelva con el tren de alta velocidad, que se puede interpretar desde fuera, no es más que el símbolo del aislamiento y la necesidad de una provincia periférica de España, pese a su vecindad con Portugal. Ve cómo el resto del país avanza, en este caso con una moderna red de ferrocarril que deja al margen esta tierra. Y es considerada inferior durante décadas por quienes trazan rayas en planos y reparten inversiones millonarias, superiores también en provincias mejor dotadas y con menor potencial de progreso asociado a unas infraestructuras de comunicación adecuadas.
El aeropuerto (100% privado en Huelva, no se olvide) es otro caso paradigmático entre una lista muy larga que al final se resume en una nula inversión pública, sobresaliente en el caso del Gobierno de España (tenga el color político que tenga), que siempre castiga a Huelva con esa “necesaria contención del gasto público” que nunca se aplica en otras provincias. De ahí el agravio con los onubenses, y su sensación de discriminación, maltrato y abandono.
Como bien decía el viernes José Luis García-Palacios, Huelva tiene un futuro esperanzador por mérito de la iniciativa privada mientras permanece olvidada por las administraciones. Apuesta y olvido. Hay un desencuentro evidente entre lo público y lo privado. Son dos trenes que discurren por vías diferentes cuando, sí en este caso, deberían coincidir en el mismo trayecto, unirse para formar un convoy más potente, y marchar hacia un horizonte futuro que debe marcar la prosperidad de esta provincia.
Todo lo sucedido, y acumulado, no sólo con el tren, requiere de una atención prioritaria y al máximo nivel por parte del Gobierno. Con el presidente Pedro Sánchez y el ministro Óscar Puente a la cabeza. Es lo mínimo. Atención y escucha. Lo necesita Huelva, que es parte de este país, por su abandono durante décadas. Pero también lo necesita España, que tiene en esta provincia uno de sus puntos estratégicos en la industria, la energía y la logística, que no sólo debe ser marítima.
Esa preocupación que mostró el presidente por Doñana y por el futuro de los municipios onubenses del entorno debe extenderse a una provincia que sólo ha tocado de refilón, pero que bien merece conocer en profundidad, más allá de informes escritos y puntuales visitas al Parque Nacional o a El Arenosillo para ver un cohete. Una parte muy importante del futuro de España y de Europa pasa por Huelva. Es indiscutible y ya está en marcha. Por eso, más que nunca, Huelva no se puede ignorar y deben apostar por ella.
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