La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
ES una historia muy socorrida, pero que no me canso de repetir cada vez que sucede (demasiadas veces). El amor y el fútbol son dos términos que casan mal. Van unidos mientras el viento sopla a favor y se rompe en cuanto se tuerce el camino. No creo en esa asociación de ideas. No quiero enamorados y 'besaescudos', prefiero profesionales.
Me faltaba por leer que Adrián Colunga también era del Hércules desde chiquitito. Debe ser que cuando creció en su Asturias natal seguía todos los partidos de los alicantinos con entusiasmo. No se perdía un choque que daban por la tele del Rico Pérez y para su comunión le regalaron una camiseta del Hércules. Su sueño era poder jugar algún día en la vieja Lucentum. No es de extrañar ese arrebato de pasión a la llamada de los medios de Alicante.
Lo del delantero albiazul me suena. Sin saber siquiera dónde acabará jugando, va vendiendo el amor a bajo precio sin tener el más mínimo decoro. El Zaragoza era su vida, volver a Huelva no era ningún problema, el fútbol inglés le encantaba, el Osasuna era un buen proyecto... y ahora el Hércules, su equipo del alma.
Siempre me viene a la mente la presentación de Catanha con el Celta de Vigo. Hace ya casi una década de aquello, pero es que me impactó. No la he olvidado y me la refrescan cada verano los enamoradizos del balón. El atacante hispanobrasileño tuvo la cara dura de afirmar sin rubor que desde pequeño (¡en Brasil!) siempre quiso jugar en el Celta de Vigo. Y se quedó tan pancho. La conexión Recife-Vigo debía funcionar bien en aquella época.
El próximo equipo de siempre de Colunga será el Málaga... ¿y después? Son muy torpes.
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