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San Pedro Nolasco tenía tantas ganas de peregrinar a Roma a rezarle al primer Papa que estaba dispuesto a dejarlo todo. Que se largaba, vaya, a costa de lo que fuera, hasta el punto de que el mismísimo apóstol tuvo que hacerle cambiar de opinión.
Primero se le apareció en sueños dos noches seguidas, pero como no había manera de sacarlo de sus trece, a la tercera se le apareció de verdad. Estaba el hombre rezando y, chas, San Pedro se le presentó enfrente, crucificado cabeza abajo, y en esa posición tan cómoda le pidió que por favor no saliera de España. Que aquí estaba haciendo un gran trabajo y que no era plan de irse ahora, hombre por favor. El aún monje lo entendió y se olvidó del tema de Roma para siempre.
La escena la plasmó para la posteridad Zurbarán, que la pintó con maestría en un imponente cuadro en el que destaca sobre todas las cosas el intenso color blanco del paño que envuelve al apóstol, que, imagino yo que con la intención de hacer notar el famoso resplandor que se les supone a este tipo de visiones, llega incluso a deslumbrar a quien lo mira.
La obra de Zurbarán, que pueden verla ustedes en el Museo del Prado si es que son capaces de llegar a Madrid (en tren es mejor que no lo intenten), me vino como un flash a la memoria en cuanto supe de la intención del Ayuntamiento de rodear la Plaza de San Pedro de mármol blanco (dicen que no es blanco, sino de un color “claro”, aunque pa mí que es blanco) porque así se conseguirá bajar dos grados la temperatura de la zona, así que vayan preparando la batamanta y el plumas, porque cada vez que pasen por allí los van a necesitar.
Aquello va a ser como escalar el K2, pero no por el frío, sino por lo resbaladizo. No me extrañaría que para Navidad quitaran la pista de patinaje de Isla Chica (esa que no costaba dinero pero resulta que sí costaba dinero y luego otra vez no costaba pero en realidad sí porque tenías que gastártelo de todas formas) y la pusieran alrededor de la plaza, ahorrándonos el hielo, que vendrá súper bien por el tema del cambio climático, y reduciendo el gasto energético.
Luces led y mármol blanco (o claro, tanto da) para alumbrar las fiestas, y unas buenas gafas de sol para el resto del año, que veremos a ver si los más sensibles con esto de la luz encandilante no nos quedamos ciegos como en la novela de Saramago. Será por eso que yo lo del mármol no termino de verlo.
No digo que en el Ayuntamiento estén equivocados, ojo, pero no deja de chocarme que el plan venga de los mismos que ya metieron la pata con los famosos cipreses de la escalinata, que al final han terminado quitando. Dejen el mármol para el cementerio, hágannos el favor, que no me gustaría tener que venir aquí dentro de veintitantos años a refregarles, otra vez, lo equivocados que estaban, más que nada porque para entonces espero estar ya jubilado o, si la cosa se tuerce, criando malvas en La Soledad, en cuyo caso tendría que volver de entre los muertos a visitarles, como el San Pedro de Zurbarán, solo que mi visión en paños menores, por mucho que deslumbraran, sería más de dar susto que ganas de rezarme.
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