Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Mi indesmayable querencia por Portugal como país, y por todo lo que pueda venir de nuestros vecinos, desde su carácter apacible y nada gritón hasta su espléndida gastronomía, también hunde sus raíces en la definición del alma portuguesa a través de su música, y por eso me emocionó saber, meses atrás, que el western de temática gay que Pedro Almodóvar estrenó en el pasado Festival de Cannes llevaba el mismo título, Extraña forma de vida, que es mi fado favorito del repertorio de la eterna Amalia Rodrigues, hasta el extremo de haber escrito a dos cabezas y cuatro manos con Nacho Canut la letra de una canción, incluida en el primer álbum de Fangoria, Salto mortal (1991), titulada Extraña forma de vivir, que era un oculto homenaje a la misteriosa saudade del universo portugués, y creo que Alaska como intérprete, y Nacho como coautor de aquellos versos, todavía no se han percatado de aquel secreto guiño lusitano.
Pero mientras yo redacto estas líneas, el servicio de recogida de residuos del Ayuntamiento de Madrid todavía debe estar borrando de las calles y plazas de este rompeolas de todas las españas en el que resido, los últimos restos de las banderas arcoiris, ya convertidos en basura tras una manifiesta del Orgullo que, por el hecho de coincidir en el tiempo con la campaña electoral y los pactos del PP con Vox, ha tenido otro carácter, mucho más reivindicativo e ideológico, y ha puesto en cuestión manifestaciones de algunos políticos que estaban totalmente fuera de lugar, como aquella desafortunada referencia a la bandera del Colectivo LGTBIQ+ como “trapo arcoiris” en boca del voxcazas Juan García-Gallardo, porque todas las banderas deben tener el mismo valor de símbolo, y por lo tanto ser respetadas, o todas, sin excepción, pasan a ser trapos con formas y colores que cualquier día pueden terminar en la basura.
Estos detalles, que a ojos y a oídos de algunos no tienen mayor importancia, van erosionando la convivencia poco a poco, y puede terminar calando en el paisaje de nuestra memoria colectiva, como una lluvia fina y “pertinaz” –un adjetivo tan franquista como inolvidable en los informativos del No-Do de nuestra posguerra– y pueden terminar arruinando este marco de valores democráticos que tanto nos ha costado construir entre todos. Y será por eso que cuando veo que la política española se emborracha con estas bajezas donde todo vale y se convierte en un lodazal, yo no puedo evitar acordarme de aquella vieja proclama que cinco años atrás usé como título para la exposición complementaria de la primera edición de la Feria Transfronteriza de Arte Contemporáneo, “¡menos mal que nos queda Portugal!”, antes de caer en la cuenta de nuestra extraña forma de vida y, literalmente, echarme a temblar.
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