Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
La política es necesaria e imprescindible, nos guste o no la misma: nos impliquemos o no con ella. Además, resulta que en España disponemos desde hace una larga estadía del sistema político ideal, o el menos malo al entender de quien escribe: una democracia parlamentaria, un Estado de Derecho. Y la política debería (debe) ser la solución y jamás el problema. Y la falsa tramontana de algunos partidos políticos a lado alguno lleva excepto a crispar los ánimos de los españoles, a sacar lo más primario de lo existente en nosotros: la irracionalidad y el odio; el atrincheramiento; el conmigo o sin mí olvidando el debate pausado y sereno, en profundidad, o el acuerdo necesario entre diferentes; y eso es lo que algunos están intentando a diestra y siniestra, machacones, reiterantes, un día tras otro; no mirar de frente los problemas que padecen los españoles para darles solución, sino utilizar una política destructiva desde la oposición, que ya empieza a ser extenuante a pesar de que la legislatura sólo acaba de comenzar, además de poco leal para con España y con los españoles a los que representan con un único objetivo ciertamente absurdo aunque efectivo, dicho sea al paso aunque parezca un oxímoron: dar a entender que el Gobierno actual no es legítimo aunque así lo hayamos decidido los españoles.
La derecha y la ultraderecha española ―porque Junts per Catalunya es un partido de derecha―, y los esquejes que quedan de Podemos, que tiene guasa lo que ha de hacerse para salvar los muebles cuando la casa se viene abajo, torean ahora, y resulta curioso, en la misma plaza y a la misma hora, y así hemos podido verlo en la última sesión parlamentaria celebrada en el Senado, por aquello de las obras; es decir, que sus letanías tienen la misma motivación ―acorralar al Gobierno de coalición del que hasta hace nada formaba parte― aunque las argumentaciones sean distintas, hasta el punto de empezar a ser en la práctica y esa es la realidad, una misma cosa.
Resulta curioso destacar que Núñez Feijóo no haya aportado nada a la gobernabilidad de España desde que llegó a la calle Génova, más allá de enredar la perdiz ―entiéndase a la ciudadanía―, asunto en el cual, y para sorpresa de todos y puede que, de él mismo, ha encontrado un aliado en dicha estrategia: los restos del naufragio del partido de Pablo Iglesias, que tantas esperanzas generó en multitud de ciudadanos cuando apareció en el proscenio. Ver para creer.
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