Confabulario
Manuel Gregorio González
R etrocediendo
Toca escribir sobre algo para que sea leído mañana en el periódico, que, aunque muchos lo hayan olvidado, sigue vendiéndose en papel y están en los quioscos y en las librerías y en otros muchos lugares, en este tórrido verano que nos anonada con sus altas temperaturas y sus desagradables consecuencias para la vida de la flora y de la fauna.
Los estíos suelen ser tiempos de ocios dispersos, de relajación de las normas, de cambios radicales en las agendas -para quienes las usan-, de conocimiento de unas otras realidades, de conversaciones banales incluso, si se tercian, de olvido por un tiempo acotado de los quehaceres que a lo largo del año nos vemos obligados a realizar, por aquello de que hay que comer, a ser posible tres veces al día, al menos. Condición que no se cumple por igual para toda la ciudadanía, para desgracia de quienes la sufren.
Pero, no pensemos que todo el mundo puede disfrutar de estos asuetos, no. Hay quienes aprovechan dichas estadías para obtener un puesto de trabajo que les permita ahorrar unas perras y poder así afrontar el invierno, el otoño y la primavera, si les llega la soldada, claro.
Y a ellos quiero dirigirme. A los sanitarios, a los camareros, a los bomberos, a los policías, a los servicios de control de tráfico, a los periodistas, a los repartidores de vituallas, a los suministradores de energía, a los funcionarios de aduanas, al personal de los juzgados, a los que asean las calles y plazas por las que transitamos, a los que, en definitiva, están ausentes de esta “parranda” y no sólo continúan laborando, sino que lo hacen las más de las veces, en situaciones extremas y con una carga de trabajo excesiva por tantas y tantas demandas.
A todo ellos, gracias. Infinitas gracias. Porque, sin su concurrencia, sin su paciente y callada labor diaria, los demás, no podríamos relajarnos de la manera en que lo hacemos. Y, sin embargo, poco énfasis se pone en los medios escritos y audiovisuales en resaltar tales causas. Es como si no fuera de interés el reconocer, que, sin ellos, sin estos imprescindibles trabajadores de lo público o lo privado, poco importa, nada sería como es y se vería truncada, o al menos sesgada en parte, la felicidad que nos alcanza, y por qué no decirlo también, nos hemos ganado a pulso a lo largo del año y esperamos como agua de mayo, el poder disfrutar de ese mes, de esos quince días, de esa semana o de esos días sueltos, que tanto nos hacen falta.
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