Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Los afanes
Caminamos erguidos, la mayor parte del tiempo lo hacemos mirando al frente, a un horizonte que se nos presenta repleto de acontecimientos. Nueva visión se enriquece en cada momento. Y en otras tantas ocasiones agachamos la cabeza, caminamos con la cabeza baja, observamos el suelo, o simplemente queremos olvidar lo que ocurre a nuestro alrededor. Agachar la cabeza no es nuestra postura natural. Como tampoco lo es mirar el cielo, contemplar la verticalidad de la historia, buscar el origen verdadero, olvidarnos de la horizontalidad que nos oprime. Gran parte de cuanto nos han enseñado es falso. Se ha creado un modelo que, desde nuestro nacimiento, nos ha introducido en un sistema que es mentira. Desconocemos la realidad porque la falsedad no desea que sea conocida, porque la realidad no es cierta. Tan solo nos han enseñado aquella que debemos creer. Y las personas poseen esa necesidad de fe, de credibilidad, una necesidad imperiosa de pertenecer a un sistema para no estar solos, para comunicarlos, para poder vivir en sociedad.
Escribe Cervantes en El Quijote: "Habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rencor ni la afición, no les hagan torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir". Pero la historia se cambió al antojo de los vencedores y de los perdedores, ambos modificaron la historia. Y lo hicieron para hacernos creer en su veracidad. Inventaron fundamentos que creímos, como se creen los actos verdaderos, cuando en realidad nunca fueron ciertos. Creer es un acto de fe, pero eliminaron de nuestras vidas el hecho de "poder creer", que es diferente.
En Corintios leemos: "Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos". Y estamos repletos de profetas, de falsos profetas que se aferran a su historia, nunca a la verdadera historia. Y esa es la historia que conocemos, la que los falsos profetas nos han mostrado, la que ha ido circulando de generación en generación y siempre de acuerdo con los intereses de unos, nunca a los intereses de todos.
Hay una cita en Eneida que indica: "Y allí al fin halla paz en el dulce sosiego de la muerte". Solo la muerte es cierta. Solo la muerte es verdadera. Solo encontraremos la paz en la muerte. Porque la muerte es la única verdad que conocemos. Y es una verdad que no puede ser modificada por los profetas. Levantemos la cabeza para contemplar las nubes.
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