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Ignacio Martínez
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Portugal y El Rocío
La Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa ha puesto nuestras miradas este verano en Portugal, con motivo de la reciente celebración en su capital, de la Jornada Mundial de la Juventud, presidida por el Santo Padre, Francisco. En el país hermano que conforma con nosotros la unidad geográfica de la Península Ibérica y del que nos separa una línea longitudinal de algo más de mil doscientos kilómetros.
Sin embargo, y pese a esta vecindad de siglos, especialmente con las provincias limítrofes, tenemos la impresión generalizada de que su devenir histórico ha discurrido por caminos diversos a los de nuestro país. Ni siquiera la globalización ha amortiguado esta sensación de distancia, que poco se ajusta a la realidad, sobre todo en la frontera. Y me remito a las convergencias que se han producido en un hecho puntual, como es la devoción rociera a lo largo del tiempo. Un hecho religioso que hoy vemos alejado de sus ciudadanos y que tiene un gran potencial de acercamiento.
Es el mismo efecto que provoca la vecindad en los pueblos cercanos de nuestra geografía. Un proceso natural en el que se cruzan inevitablemente intereses económicos, comerciales, culturales y familiares. De todo ello es testigo la presencia multiplicada de apellidos de origen portugués en España y viceversa, producido por ese largo intercambio de relaciones humanas. O basta recordar los nombres de destacados portugueses que ayudaron a forjar nuestra historia. Como el gran maestre de la Orden de Santiago, Pelay Correa (Paio Peres Correia, 1205-1275), que participó de forma destacada en la conquista de Sevilla, entre otras plazas españolas, en plena reconquista, o Fernando de Magallanes (Fernão de Magalhaes, 1480- 1521), promotor de la expedición que hizo la primera circunnavegación de la tierra; ambos de naturaleza portuguesa.
El propio factor de las guerras allí o aquí, de las revoluciones o de las calamidades públicas han sido un motor de la emigración en ambas direcciones, que una línea de frontera no ha sido capaz de frenar nunca, como sigue ocurriendo en nuestros días. Basta recordar, como Portugal acogió a muchos españoles en los meses que siguieron a las últimas elecciones generales de la II República Española, en 1936, en un clima creciente de inseguridad civil, o como “La Revolución de los Claveles” en 1974, traería a portugueses a nuestro país, donde establecieron su residencia.
Con todo, y haciendo abstracción de vínculos históricos más remotos, en los que tierras de Portugal llegaron a pertenecer a la primitiva taifa de Sevilla, hasta prácticamente Lisboa en el siglo XI, el descubrimiento de América, en 1492, pudo ser el gran acontecimiento que los multiplicara. No en vano, El Rocío quedó situado en un lugar obligado de paso para todos los que se embarcaban en los Puertos de Cádiz, desde la margen más occidental del río Guadalquivir, siendo navegable el acceso desde El Rocío a Sanlúcar de Barrameda, también para las regiones más próximas de la vecina de Portugal: el Algarve o el Alentejo. Más aún, teniendo en cuenta el valor que la importante cabaña equina que habitaba las marismas del Bajo Guadalquivir, tomó a partir de estas fechas para dotar de medios de tracción animal, la gran epopeya americana. En ese
marco histórico cabe subrayar que había surgido la Capellanía de Baltasar Tercero (finales del siglo XVI), de aquel sevillano que “hizo las Américas”, tratante de ganado; siendo la actividad ganadera la más importante de aquel entorno próximo al Santuario. Y también como camino alternativo para alcanzar por vía terrestre desde Ayamonte, la gran metrópolis del sur occidental, Sevilla, capital del mundo occidental en los siglos XVI y XVII.
Todo ello pudo situar El Rocío, perteneciente sus tierras próximas a la Casa de Medinasidonia, emparentada con la Corona de Portugal, en un lugar de influencias portuguesas. Hasta tal punto, que el historiador Julio Mayo Rodríguez nos ha señalado la posible relación del nuevo título que se concede a la Virgen en el siglo XVII, Nuestra Señora del Rocío, con el “Rossio” portugués. Una palabra parónima, que identifica un espacio, localizado originalmente a la salida de pueblos y ciudades portuguesas (quizás el más popular sea la plaza del Rossio en Lisboa); un ejido, que tiene un doble significado funcional: Uno. Lugar de cría comunal de ganado (no hace distinción del tipo de ganado) Un hecho que toma valor con la municipalización de los aprovechamientos del Caño y Madre de Las Rocinas, los terrenos próximos al Santuario, a finales del siglo XVI. Y, dos. Un cruce importante de caminos; lo que nos obliga a recordar que en aquel lugar se cruzaban dos importantes vías de comunicación del momento: la que unía Sanlúcar de Barrameda, cabeza de los Estados de los Medinasidonia, con Niebla, y Moguer con Sevilla. Dos significados funcionales que fueron caracterizadores del lugar donde se tributa culto a la Reina de las Marismas, especialmente en la fecha en la que se modificó el topónimo del lugar, de Rocinas (yeguas), en alusión al antiguo Coto de Las Rocinas, tal fue su significado, al nuevo topónimo, Rocío (también vinculado al mundo ganadero).
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