El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
Tirando del hilo
El viernes por la tarde, ya entre sombras, salí de casa después de terminar unos escritos. Me había dado poca luz aquel día y necesitaba un hálito de aire fresco. De repente, advertí cómo la calle irradiaba destellos chispeantes de colores inagotables. Miré al cielo y allí estaban, unas luces diminutas que, unidas, tricotaban un esqueleto de venas luminosas. La calle permanecía solitaria y los pocos cuerpos con los que me crucé, oteaban embobados un cielo artificialmente estrellado. La persiana de los comercios yacía descendente. Eran pasadas las seis. -¡Felices fiestas!- me sobresaltó mi vecina. -¡Felices navidades atípicas!- corrigió al instante. Y eso se aprecia en las calles. Hay personas que no desean vivir una navidad como las pasadas. Y no por las restricciones, la distancia o el toque de queda, sino por el baño de realidad que nos sumerge cada día con las cifras, los rostros, las colas para rogar comida o las llamadas para clamar trabajo. Más adelante, me percaté de que las cristaleras de algunos negocios lucían envueltas en papel color café. Un 'se traspasa' adornaba la entrada. No había hueco para dichosas fiestas. No había luz que alumbrara. Más adelante, un SOS que reinaba en el umbral de otro local me sacó de mi quimera para devolverme a lo crucial. Escaparates fúnebres, vacuos de maniquíes, que no soportan más, que se ahogan si no lo han hecho ya, que las ayudas ilusorias no les salvan de la asfixia. Un toque de queda que, para algunos, ha sido mortal.
Y así, en plena crisis económica y sanitaria, decidimos engalanar con luces las calles. Para justificarlo, dicen que esto influirá en el ánimo de los ciudadanos y en el sector del comercio. En los hospitales también hay árboles navideños. Cuentan que para alentar al personal sanitario. Quizás pase igual que con los aplausos, que estaban muy bien, pero no era lo que necesitaban. A falta de luces, tenemos un circo luminoso que maquilla nuestra ciudad. Resulta irónico querer motivar con destellos cuando hay negocios ahogados, al borde del cierre, sedientos de lumbre para calentar sus cuentas.
Sin duda, nos dejamos llevar por el espíritu navideño que nos da el calendario. Nos quedamos ciegos por las fechas y dejamos de lado lo inaplazable. "¿Y los que montan las luces? ¿No comen?" Pienso que sí, pero quizás existía otro modo más equitativo y sensato de resolverlo. El valor navideño desea volver a lo que fue y quitarse morralla añadida. Este año no busca lentejuelas, ni cotillones. No quiere regalo por regalo, ni masificación, no quería Black Friday, ni grandes festejos, ni consumo incontrolado e impersonal. Por el contrario, desea compartir, armarse de empatía, regalar cercanía, ponerse en el otro lado, ser consciente de lo sucede y no enmascararlo. Hubiera sido heroico haber tenido luces, las necesarias, para rescatar de las tinieblas a quien ya ha bajado el telón.
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