Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Dicho así, luz de mañana, puede pensarse que quien escribe este artículo se refiere a la luz de la mañana de este viernes estival en que se publica, o bien a la intensa luz de mañana sábado entrando por cualquier ventana al sur del Sur peninsular; y bien lo podría suscribir, pero realmente con esa expresión, Luz de mañana, que encabeza estas líneas me estoy refiriendo a la que mañana por la noche va a desgranar en el recinto colombino lo mejor de un repertorio que ha venido labrando minuciosamente a lo largo de las cuatro últimas décadas con una entrega realmente insobornable, algo que quien lo afirma ahora y aquí lo sabe muy bien, y no de oídas, sino por experiencia propia.
Aunque es muy probable que si Antonio Alvarado y Julio Juste no se conocieran de sus años granadinos, antes de arribar ambos al Madrid de los 80, yo no estaría ahora y aquí escribiendo estas líneas, puesto que que sin aquel lazo de amistad Luz difícilmente habría llegado a mi vida, de mano del Alvarado en plena ebullición que diseñó su vestuario para su cuarto álbum, Quiéreme aunque te duela, al traerla hasta el taller que Juste y yo compartimos desde mediados de los 80 muy cerca de la plaza del Callao. Y, tras conocernos allí, ella y yo hicimos de nuestra amistad un campo bien abonado para escribir juntos, codo con codo, un puñado de canciones en las que hemos compartido un turbión de sentimientos, a la par que compartíamos nuestras biografías hasta llegar a sentir que, según asegura el título de la última canción que hemos parido juntos, estaba escrito.
Después de más de tres décadas de complicidad y continuada colaboración, yo podría escribir un ensayo titulado como la novela de Quico Rivas que sigue inédita tres lustros después de su muerte, Lo que dura una canción, o bien dar conferencias sobre este raro trabajo que es escribir letras de canciones, ya sea a solas o en compañía de otros, y en ambos supuestos tendría a Luz muy presente: por razones obvias en referencia a las emociones compartidas durante su redacción, como en el caso de las que he escrito en soledad para los dos grupos de mi tierra, Avíate! y Zorongo Club, y para Cristina Blondes, también paisana, porque indirectamente la experiencia de trabajar con Luz y su constante afán de perfección, que no ha decaído en todos estos años de camaradería letrera, me ha terminado por afectar en mis solitarios, en todas las escritas al mismo tiempo o con posterioridad, porque hemos aprendido juntos que lo más grande puede ser muy pequeño y, además, calar muy hondo
Por eso, aunque mañana no podré estar físicamente en Huelva para aplaudir su talento, y también su coraje y alegría de vivir, a pesar de los pesares, Luz sabe que cuando caiga la noche voy a volar hasta allí con las alas invisibles de mi pensamiento y de mi corazón.
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