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MÁS de cuatro horas abandonados en mitad de la nada, a sólo 8 kilómetros de su destino, en medio de la noche, con muy poca información y encontrando sólo en plena madrugada una salida a un tren averiado convertido en trampa macabra. No hay que imaginarse la escena porque es real. Ocurrió hace unos días en Huelva, en el Alvia que salió a las 17:45 de Madrid. Debía llegar a las 22:05 pero poco antes se paró en la vía junto a San Juan del Puerto, cuando quedaban cinco minutos de viaje. Allí se quedaron tirados 120 pasajeros, entre ellos, ancianos, algunos con problemas de salud. En cualquier caso, todos, usuarios de un servicio de transporte público entre la capital de España y una capital de provincia en el año 2023, quedaron abandonados prácticamente a su suerte entre la oscuridad de la noche y la incertidumbre por la falta de solución con el paso de las horas.
Lo peor de éste es que no es un caso aislado. Llueve sobre mojado porque no es la primera vez que sucede en los trenes que prestan servicio en Huelva. Lo más grave de este episodio es la cercanía a la ciudad de destino, en su propio término municipal, y el tiempo transcurrido hasta que los pasajeros pudieron salir de allí, algunos, hasta las tres de la madrugada, y totalmente a oscuras, por sus propios medios. Más de cuatro horas de espera, las mismas del trayecto entre origen y destino, para un incierto arreglo de una avería sobre el que debe primar la atención a los usuarios, su seguridad y su bienestar. La nocturnidad y la ventaja de tener la ciudad a escasos minutos debían haber permitido activar una evacuación efectiva a los pocos minutos de producirse el contratiempo. Y no fue así.
Acabaron acudiendo policías, sanitarios, taxis... a destiempo, muy tarde, cuando ya la desesperación había hecho estragos y aquellos pasajeros vivían su peor pesadilla sin dormir y con sus familiares acudiendo al rescate. Pero hay que recordarlo: aquello no fue un sueño y sí una situación real. Aquí al lado, justo a dos pasos de casa, sin una salida urgente ni al acercarse a la medianoche.
Hay mucho cabreo en Huelva. Indignación tras la perplejidad inicial, porque muchos no daban crédito por la mañana a tamaño esperpento. Pero lo insólito de los hechos no resta gravedad a lo sucedido, que debe tener consecuencias para no acabar diluido como otro episodio más del atropello que sufren los onubenses con los trenes.
Para ver más no hay que mirar atrás, basta con seguir adelante. La mañana siguiente fueron los pasajeros del primer tren a Sevilla los que tuvieron que ser trasladados en autobús a su destino, víctimas todavía del desaguisado nocturno. Y otra avería más, en un mercancías, dejó también retrasos un día después en otro servicio de Huelva. La cuenta ya es muy larga y seguirá alargándose mucho más con los días. Salvo que se impida de un modo efectivo.
Son demasiados ya los capítulos de un despropósito que no tiene parangón, por más que otras provincias aseguren que lo que sufren allí es más grave. Pero no, nada que supere lo de aquí en Huelva. La diferencia con esos otros casos es la reacción. Falta entre los onubenses responder de una manera enérgica, clara y unánime. Y exigir dimisiones al nivel que corresponda ante un suceso tan grave como el del martes, y arrancar un compromiso para que nada parecido vuelva a ocurrir. Las disculpas ofrecidas por el delegado del Gobierno son insuficientes para los usuarios, ni las nuevas promesas de AVE y mejoras. Piden acción real más que palabras sin peso efectivo.
El problema no es una avería fortuita sino la recurrencia de las mismas; siempre en las mismas conexiones de Huelva, siempre con los mismos usuarios sufridores, consecuencia de un servicio deficiente, con carencias, y demasiado sujeto a contratiempos e incomodidades de todo tipo.
Y no es sólo eso. En Huelva se suma un trayecto a Sevilla de 90 kilómetros que es eterno e insuficiente, vergonzoso para quienes lo sufren, que son cada vez menos. Incomprensible un servicio como éste en un transporte que debería ser alternativa limpia, segura y eficaz a la carretera, con muchísimos más usuarios diarios. Pero los de la provincia de Huelva parece que no son considerados, como tampoco los potenciales turistas que buscan una escapada a una tierra espectacular para cualquier ajeno.
Tampoco llega ese AVE, distanciado a tan pocos kilómetros, esos mismos 90 de Sevilla, objeto de promesas de unos y otros, tan olvidado para una Huelva a la que siempre le toca sacrificarse tras el dispendio generalizado en el país, mientras otros lo disfrutan o se preparan para disfrutarlo, aun con averías y retrasos también, porque con pan las penas son menos.
Lo sucedido esta semana en Huelva, con ancianos arrastrando sus maletas a oscuras por la vía, en plena madrugada, tras cuatro y hasta cinco horas de espera en un tren averiado, debe ser necesariamente la gota que colme un vaso que se ha hecho crecer para que no llegara este momento. Puede ser el punto de inflexión para la reacción y la movilización de todos los onubenses. Porque es la única forma de encontrar una salida justa a una situación que es insostenible.
Pero hay que huir del oportunismo político que algunos están ya exhibiendo. Han tenido mucho tiempo, unos y otros, también ante ocasiones bochornosas pasadas, para haber actuado. En el Gobierno y fuera de él, con la alternancia de los últimos años. Si hay acción política, debe ser única, silenciosa, sin reproches mutuos ni micrófonos o fotografías. Los pasajeros que vivieron esa madrugada infernal en las vías del tren no merecen sufrir ahora una nueva batalla política que cruce acusaciones y no deje soluciones reales. La habitual confrontación política debe quedarse fuera de un problema demasiado grave que requiere soluciones efectivas y mucha seriedad.
Y para exigirlo deben estar los onubenses por sí solos. Toda la masa social de una provincia de 550.000 habitantes que no puede limitarse a los lamentos en bares y redes sociales y debe movilizarse en masa para exigir la atención que merece. No es tan difícil. Porque para que ahí fuera nos hagan caso, debemos empezar por tomarnos en serio nosotros mismos.
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