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Bastante gente anda por la vida buscando ídolos a los que adorar, como una salida a sus aspiraciones insatisfechas a través del recurso esperanzado a un ser superior. Otros, entre los que puedo encuadrarme, desengañados de los dioses por descreimiento o porque se consideran abandonados por ellos, buscan un guía, un conductor, un modelo... Las condiciones inexcusables que debe reunir esa figura son la admiración por las cualidades que le suponemos y sentir que estamos capacitados para seguir, aunque sea de lejos, la senda que van marcando. Para mí y para muchos, el periodista Iñaki Gabilondo es uno de esos referentes, a pesar de que solo he estado cerca de él, sin siquiera dirigirle la palabra, en una ocasión al coincidir casualmente en un restaurante gaditano.
Xosé Hermida acaba de entrevistarle para el suplemento Icon de El País donde expresa algunas opiniones que justifican su fama de persona ecuánime, firme sin sectarismo y ponderado. En ella confiesa que se siente "formando parte de ese material desechable que somos los viejos para este virus gerontófobo que nos ha atacado". En él, que da la imagen de la madurez inteligente y con sus capacidades al más elevado nivel, la confesión de sentirse viejo parece encerrar una cierta coquetería para provocar la protesta del interlocutor. Por mi parte, con sus mismos años y a una distancia sideral suya como observador de lo que acontece en el mundo y trato de trasladar a estas líneas, estoy convencido de que continúa situado en la cumbre del mejor periodismo -y no solo de España- de los últimos cincuenta años.
No es difícil seguir la coherente trayectoria profesional de Iñaki Gabilondo, pero para penetrar en las claves de su praxis y de su ética, debe leerse su obra El fin de una época - Sobre el oficio de contar las cosas (Barril Barral, 2011), en la que se puede encontrar la parábola de los puercoespines -enunciada por Schopenhauer- que en invierno deben acercarse unos a otros para darse calor, pero no tanto como para dañarse con las espinas: es la actitud que recomienda para la relación del periodismo con los poderes públicos. Junto a preguntas inquietantes, como por qué permanecen fuera del foco informativo hechos apasionantes que suceden en determinadas zonas del mundo, quién detenta el poder para dejarlas en la sombra. Kapuscinski, al que admira y del que yo he hablado aquí hace poco, nos ha dado respuestas.
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