Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Con este título cualquiera puede pensar que me refiero a esta desdichada época que vivimos afectados seriamente por una implacable sequía que deja nuestras siempre ubérrimas tierras en campos de secano, yermos, estériles, devastados. No, se trata del título de un nuevo libro publicado por Editorial Comba, de Juan Villa. Contrariamente, climatológicamente hablando, se compone de dos novelas breves, “nouvelles” en el argot literario, cuyos hechos transcurren bajo los efectos de una intensa nevada, insólita y única en muchos años en estas latitudes costeras, y de un tempo de lluvias torrenciales interminables y copiosas. Lo que colmaría nuestros ansiados anhelos actuales.
Ambas situaciones, integradas visceralmente en el clima emocional y material de sendos relatos, vibran con una turgencia expositiva que en su brillante efusión expresiva, habitual en la narrativa deslumbrante de Juan Villa, nos llevan de nuevo a esa geografía tan peculiar en la obra del autor almonteño: Doñana y su entorno, que nos devuelve a tan recordados textos como “Crónica de las arenas” (2005), “El año de Malandar” (2009), “Voces de la Vera” (201() – que admiro entrañablemente – o “Los almajos” (2011), la segunda de las novelas que hoy nos ocupan, que, tanto por la seducción de sus argumentos, como por la fuerza vital de sus personajes, nos acaban entusiasmando con su asombrosa convicción. Insisto en ello porque me parece la piedra angular de su notable calidad literaria.
En este frío e insólito ambiente que “a sus inquilinos se les hacía raro, les perturbaba el paisaje nevado que se asomaba agresivo a las ventanas”… “La madre de la marisma, inundada en estos días invernales, era un espejo velado y quieto”… , se cuentan “cosas que pasaron en los tiempos de la guerra allá por la sierra”. Tres historias que, en los inicios de la Guerra Civil española escribió un guarda del Patrimonio Forestal y que el propio hijo entregó al escritor. Una manera de narrar la historia, aunque quienes la describen tienen versiones distintas: “Cada uno cuenta la feria como le va, o como la ve, pero hay muchos feriantes y cada feriante sabe un cachito de la feria”. Como quiera que sea el nuevo escenario, el relato de Juan Villa no varía mínimamente su poder de penetración descriptiva, la vitalidad del relato, la dimensión profunda de los sentimientos sutilmente expresados. En todo caso una perspectiva serena y entrañablemente reflexiva.
En cuanto a “Los almajos”, oportunamente reeditada, ya elogié como merecía en el año 2011 que se editó, el contexto narrativo de Juan Villa con la belleza de su lenguaje expresivo, con la contundencia dramática y aflictiva del relato, un complejo argumento de desasosiego e incertidumbre que animaba la lectura de este magnífico libro. La publicación se completa, incluidos los bellos dibujos del propio Villa, un elocuente epílogo del escritor y poeta José Juan Diaz Trillo, que tan bien conoce la obra del autor almonteño.
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