Melodrama

18 de abril 2024 - 00:45

Saben quienes me siguen que en esta columna suelo expresar mi punto de vista sobre la actualidad política, pero la emponzoñada situación en que ha desembocado la española en los últimos tiempos, menoscabando a diario una democracia ya de por sí bastante deteriorada por un gobierno que, por perpetuarse en el poder, extrema su intervencionismo apoderándose de los contrapesos que regulan un Estado de Derecho y provocando una fractura social y un frágil equilibrio político, me quita las ganas de afrontar ese análisis. Prefiero escribir de cine en el que me inicié como crítico en la COPE de Huelva, las páginas del viejo diario Odiel, allá por los primeros sesenta del siglo pasado, hasta su desaparición, para seguir de inmediato en esta casa en la que llevo más de cuarenta años. Gran parte de este tiempo he simultaneado la crítica cinematográfica con esta columna de opinión.

Me gusta, de vez en cuando, ver viejas películas – me niego a escribir esa cursilería de “pelis” – y hace unos días me tropecé con “La casa de la colina del Telégrafo” (1951), de Robert Wise, en la que se combinan a la perfección el “suspense”, que es como por entonces empezaban a calificarse los films de intriga, el “thriller” y las sutiles emociones del melodrama, manejados con la destreza de este magnífico realizador. De esta historia, tal vez menor en su filmografía, se ha dicho que recuerda a “Rebeca” (1940) y “Sospecha” (1941), ambas de Alfred Hitchcok, el gran artífice de este género y que suponen dos títulos distinguidos de su copiosa iconografía no siempre bien imitada.

Pero Robert Wise, artífice del soberbio montaje de una película mítica, “Ciudadano Kane” (1941), de Orson Welles, es autor de una brillante filmografía que va desde “Tres secretos” (1950), todo un ejemplo de originalidad argumental e intriga dominante que caracterizarían las claves de su apasionante narrativa, hasta “West side story” (1961), junto a Jerome Robbins, encargado de la deslumbrante coreografía, el musical total y legendario, no superado por Steven Spielberg en su versión de 2021, pasando por títulos tan propios de su personal estilo como “Trigo y esmeralda” (1953), “La torre de los ambiciosos” (1954) y sobre todo “¡Quiero vivir!” (1958), un sólido y valiente alegato contra la pena de muerte, con una espléndida interpretación de Susan Hayward que le valió un Oscar a la mejor actriz.

En “La casa de la colina”, título abreviado en España, sobre esa valiosa articulación tan bien dotada entre la incertidumbre, el cine negro, el “thriller” más riguroso, el drama romántico y el melodrama, Robert Wise, con un arranque de la trama realmente apasionante, establece ese sinuoso y fascinante cauce narrativo que absorbe el relato hacia este género siempre bien acogido por la mayoría de los espectadores. Desde su inquietante escenario la complejidad psicológica de los personajes establece un clima alarmante de desasosegante intriga y un trasfondo turbadoramente melodramático.

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