Monarquía

27 de junio 2019 - 01:43

Hace tiempo que quería escribir sobre esto. Otros acontecimientos más vigentes me han distanciado del tema. Me refiero al tratamiento infamante que abunda en las series sobre la monarquía. Hay una más actual que ha despertado las más airadas críticas con toda la razón. Es La princesa española, HBO España, producción estadounidense, sobre la hija menor de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón y su matrimonio, primero con Arturo Tudor y luego con Enrique VIII, que la convertiría en reina de Inglaterra. Esta miniserie o telenovela es consecuencia del éxito de La reina blanca (2013) y La princesa blanca (2017), que nos devuelve una vez más a la llamada "ficción histórica" de tanta incidencia en la televisión de nuestros días y que suele interpretar la historia no solo con toda libertad sino también con auténtica y descarada falsedad. Eso sí: siempre buscando los aspectos más oscuros, tormentosos, comprometidos y vergonzantes de distintos reinados con rasgos muy sesgados y por lo general tendenciosos.

En el cine este género ha tenido ejemplos verdaderamente bochornosos y abominables. Entre tantos citaré el más cercano: Elizabeth: La edad de oro (2007), producción inglesa dirigida por Shekhar Kapur, un hindú que desde 1970 trabaja en la Gran Bretaña. Aparte de su potencial visual y su espectacular puesta en escena, con logros de fotografía notables por su planificación y la suntuosidad de sus atractivos plásticos, hay una arbitraria animosidad en lo que se refiere a España, que es más caricaturesco que crítico. El retrato de un Felipe II, como obsesivo devoto, rodeado siempre de obispos y clérigos revestidos, con cruces alzadas y ciriales y con varios rosarios en sus manos, su faz idiotizada, su voz meliflua y su andar torpe, es tan increíble como necio. No hay rigor histórico y sus invenciones, aparte de amañadas y manipuladas de una manera bastarda y beocia, suponen un disparate insultante e inadmisible.

El ejemplo con esa hostilidad británica habitual en el cine histórico contra España, se agudiza también ahora en La princesa española, cuya producción en ambientación, vestuario, localizaciones y puesta en escena, es notable, pero cuya irregularidad sobre los hechos reales es demencial. No en vano se dice al final: "Algunos eventos históricos y personajes han sido alterados por un propósito dramático". No les importa falsificar la realidad y confundir al telespectador poco formado. El falseamiento sobre el personaje protagonista, Catalina de Aragón, los graves acontecimientos de su vida en la corte británica, la superchería sobre su propia madre, la reina Isabel, son escandalosos. Las alteraciones son tan graves que esa "dramatización" resulta inverosímil. No es nuevo, se repite en otras series históricas. Además de las citadas, recordaría El Reino (2013) y Versalles (2015), siempre sin fidelidad histórica y con malintencionado menoscabo de la institución monárquica.

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