María Antonia Peña

¿El Muelle del Tinto?

El guarán amarillo

22 de enero 2024 - 00:30

Tengo una amiga que dice que estoy con esto muy pillada, que tengo una fijación muy grande o, incluso, una obsesión. Me dice que deje que hable la gente como le dé la gana y que lo acepte sin más. Pero no puedo. Ya sé que al hospital Manuel Lois se le llamaba “el agromán” porque la empresa constructora puso su cartel mientras lo levantaba y también que algunas personas hablan del hospital “Santa Elena” como si el edificio se hubiera dedicado a la madre del emperador Constantino. Pero esto es distinto. Cuando escucho hablar del “Muelle del Tinto” se me erizan los pelos, se me cambia la cara y una sensación extraña me recorre el cuerpo empezando desde los pies y acabando en el estómago. El martirio, bien lo saben ustedes, es casi permanente… Esas tres palabras –“Muelle del Tinto”– están en la boca de políticos, periodistas, empresarios y hasta gente del mundo de la cultura, campean a su antojo por las redes sociales y hasta se inmortalizan en escritos de todo tipo, folletos y carteles turísticos.

Lo malo de todo esto no son las palabras en sí mismas, sino la metáfora simbólica y trascendente que encierran. Hablar del “Muelle del Tinto” para referirse a un embarcadero que se encuentra ubicado, desde hace casi siglo y medio, sobre las aguas del río Odiel pone en evidencia hasta qué punto los onubenses desconocen su propia geografía y sus propios topónimos, de qué forma esta ciudad ha vivido de espaldas a su propio entorno natural y el bajo nivel de conocimiento que sigue existiendo acerca de nuestras cosas, incluso entre aquellos que se dan golpes de pecho en aras de la identidad, la tradición y las costumbres. Cada vez que alguien habla del “Muelle del Tinto” le damos una nueva bofetada a nuestra historia, porque detrás de esas palabras inexactas hemos enterrado una historia minera y portuaria que colocó a Huelva en el centro del mundo y a la vanguardia de la innovación constructiva. El mal nombrado fue, desde el principio y como debería seguir siendo, el Muelle de la Compañía de Rio Tinto, el final de un ferrocarril que traía hasta el río Odiel el mineral del yacimiento de Riotinto para su exportación a los grandes centros productores del planeta.

A mí, en el fondo, todo esto me suena a dos terceras partes de ignorancia y a una de desapego. Y también me suena a incoherencia. Andamos peleando con razón por la conservación y puesta en valor de nuestros restos arqueológicos y, al mismo tiempo, abandonamos a su suerte nuestra más preciada arqueología industrial. De la restauración que en su día se hizo al Muelle de la Compañía de Rio Tinto mejor no hablar, porque ya resulta imposible reconocer en él su objeto y la altura de su concepción ingeniera y ferroviaria. Está por ver cómo se reconstruirá el trozo que falta, porque, mientras a nadie se le ocurriría restaurar la ciudad islámica de Saltés como si fuera una ciudad del siglo XX, con el muelle nos podríamos encontrar todo tipo de experimentos arquitectónicos desaprensivos y anacrónicos.

stats