El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Navidad del niño pobre
Huyen de la miseria, de la violencia, de las dictaduras, del horror de las guerras. Entregan todos sus ahorros para cruzar la frontera en un cayuco, en una balsa, en una barca hinchable, en lo que sea. Buscan un trabajo, el sueño de occidente, el sueño de una vida mejor para ellos y para su familia. Y al llegar se encuentran con leyes que les impiden trabajar, alquilar, vivir en definitiva, cuando no se encuentran con el desprecio, el rechazo y la xenofobia. Muchos de ellos son menores de edad y padecen los bulos y las mentiras fomentadas por la ultraderecha de que son violadores y delincuentes. Otros muchos mueren en la travesía, mueren en la costa antes de llegar al Dorado soñado.
Según datos oficiales el pasado año murieron en las costas españolas más de seis mil migrantes. Ha sido el año con más muertes desde que se tienen registros. Según la ONG “Caminando fronteras” mueren dieciocho personas al día en su intento de cruzar el Atlántico, sin que nadie ponga freno a esta barbaridad. Son personas, no números, tienen hijos, familia, nombres y apellidos.
Estas muertes de seres humanos tendrían que hacernos reflexionar sobre nuestras políticas migratorias, sobre nuestra forma de actuar ante el sufrimiento humano, ante la pobreza y la miseria de personas iguales que nosotros, que no han tenido la suerte de vivir en un país desarrollado y democrático. No hace tanto tiempo en nuestro país también hubo personas que emigraron huyendo de la miseria, de la dictadura, buscando mejores oportunidades para ellas y sus familias. España fue y es -pensemos en los jóvenes que están fuera- un país de emigración.
La solidaridad es la ternura de los pueblos. Se hace necesaria la ternura, la empatía, se hace necesario que nada de lo humano nos sea ajeno, que la vida se engrandezca con el abrazo fraternal, con la fuerza de unas manos enlazadas, que la muerte no nos pille sin haber hecho lo suficiente. Como sociedad no debemos permitir la muerte de tantos seres humanos. Es obsceno permanecer impasibles ante tanto sufrimiento. Es indignante volver la vista hacia otro lado o pensar que se lo merecen, que nadie les manda a venir a otro país a quitarnos el trabajo. Es odioso lanzar mentiras y bulos para justificar nuestra falta de sensibilidad.
El mundo necesita de cuidados, el mundo necesita de hombres y mujeres que sientan con los otros, que acompañen a los que más sufren, que padezcan con los que sienten hambre y miseria, con los que buscan libertad; hombres y mujeres que luchen contra tanta muerte absurda.
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