24 de noviembre 2023 - 06:00

La ultraderecha avanza a buen ritmo, con persistencia, y yo diría que, hasta marcial tesón, en gran parte de los países del mundo. Y no es una epidemia. Es algo planificado al milímetro por los que saben hilar en silencio, abducidos por la constancia de la que hacen gala las hormigas. Quienes viven en ese castillo ideológico, en ese baluarte reaccionario y, por tanto, piensan como tales, están decididos a cargarse las democracias como modelo de cohesión. Sólo buscan la máxima rentabilidad económica y para ello, es necesario aniquilar a ser posible, el mayor número de los derechos sociales adquiridos por la ciudadanía, desde que se promulgara la Declaración Universal de los Derechos Humanos en diciembre de 1948, en una reunión de la Asamblea General de las Naciones Unidas celebrada en el París de postguerra.

Como ejemplos últimos, bastan tres: Italia, Argentina o Países Bajos. Y hay, ahora, en estos momentos, una marea ultraconservadora que se está desarrollando en la mayoría de los países del orbe. En algunos ya gobiernan en solitario y en otros, lo hacen acompañados de la llamada derecha tradicional, influyendo, claro está, en el condicionamiento de las políticas a aplicar. En España la tenemos instalada en un buen número de comunidades autónomas y de ayuntamientos, y de pura chiripa, no han pasado a gobernar este país junto con el Partido Popular.

La pregunta que habría que hacerse a mi entender, es por qué ocurre la tal oleada ultraconservadora en estos momentos. ¿Por qué la ciudadanía de acá o de allá, coloca sus esperanzas en partidos políticos neofascistas que defienden a viva voz y sin empacho alguno, discursivas políticas homófobas, racistas, antisemitas o islamófobas o anticomunistas o antiigualitarias, en su caso? ¿Por qué y quiénes son estos visionarios, que quieren suprimir la igualdad de derechos inherentes a todo ser humano, independientemente de su lengua, nacionalidad, religión, edad, sexo o condición social?

Pero, esto de lo que hablamos, no es nuevo. Siempre existió en todas las sociedades y en todo tiempo y lugar, un instinto homofóbico atendiendo exclusivamente a la distinción de un nacionalismo étnico e irredento que sitúa a sus dirigentes por encima de los demás, de todos los que se podrían denominar diferentes, distintos. ¡Cuánta hipocresía! ¡Cuánta insensatez!

Y aquí estamos otra vez. De nuevo. Esperando que la ola “redentora”, salvadora de patrias y de principios, no nos alcance

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