Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
No es preciso que yo afirme ahora y aquí que la música no conoce fronteras porque es una obviedad que está en boca de todos, y no sólo por su inmediatez y los miles de canales de difusión que tiene a su servicio cualquier manifestación musical, sino porque ninguna de las otras creaciones de la mente humana tiene su capacidad de persuasión, ni su facultad para anclarse y echar unas raíces tan profundas en el sótano de nuestra memoria: podemos olvidar buena parte de todo lo que aprendimos en nuestros años de escuela y universidad, así como detalles de muchas obras de arte, de novelas o de películas que nos entusiasmaron en el momento en que las disfrutamos, pero no hay comparación posible con los recursos de la música, y en particular la de nuestro tiempo: cuando una canción se engarza con fuerza a los estribos de nuestras neuronas, ya pueden transcurrir décadas, e incluso pasar toda la vida, que nunca conseguiremos sacarla de nuestra cabeza, y a nuestro presente volverá cada vez que un simple destello la despierte de su sueño.
Pero no sólo las canciones están de forma permanente en nuestras vidas, porque nos acompañan incluso cuando no lo pretendemos, puesto que invaden todos los espacios de nuestra vida social, desde una carrera en taxi hasta la consulta del dentista o los aeropuertos -para ellos compuso y grabó Brian Emo su álbum de 1978 Ambient: music for airports- y consiguen llegar hasta el último confín de este perro mundo, sino que, además, la forma de vida y las opiniones de los músicos e intérpretes más populares determinan la vida y costumbres de millones de jóvenes, y crean estados de opinión de los que, como se dice respecto de la fe, mueven montañas. O incluso las crean.
Y si lo refiero aquí aplicado a mi persona es porque el pasado sábado 5, durante el concierto colombino de Luz Casal, ella me dedicó unas palabras antes de abordar una de las canciones que escribimos juntos años atrás, palabras replicadas en redes sociales, y a las que dio una difusión definitiva este diario, que relativizan nuestro trabajo compartido de ponerle palabras y sentimientos a un buen puñado de sus canciones, labor que suele quedar diluida entre las sombras que provoca el brillo cegador de las estrellas, y que en los créditos de los discos aparece muy discretamente acompañando a sus títulos.
La repercusión que tuvieron sus palabras en redes sociales y en Huelva Información me ha reconfortado, porque en medio de tanta bazofia como generan las redes sociales al amparo del anonimato de quienes la generan, es gratificante que un gesto de cariño y lealtad se multiplique tan positivamente. Pero también me ha removido las sienes con una inesperada inquietud ya que, sin ellas, siete lustros hilvanando versos quedarían en el olvido.
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