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Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
En unos días, al cobrar la nómina de febrero, se hará efectiva la subida del salario mínimo con carácter retroactivo: eso quiere decir que unos dos millones y medio de personas, sobre todo mujeres, jóvenes y trabajadores del campo, tendrán un escuálido respiro de 108 € más este mes, un aumento que luego se quedará en la mitad, en ese 5% pactado con los sindicatos. La patronal, como saben, se negó a participar de tan violenta subida de renta.
Ahora vayámonos al otro lado de una pirámide asombrosa que cada vez ensancha más su base y adelgaza su cúspide. También en estos días hemos conocido, junto a las ganancias históricas de los bancos, el aumento de sueldo de sus directivos, en cantidades con bastantes más ceros que las citadas arriba. Lo mismo vale para los ejecutivos de las empresas del Ibex, que tienen rentas medias de unos 10 millones de euros anuales, aunque esas cifras son dispares y tardan en saberse. Hay un elemento común: los mismos que recomiendan moderación salarial para los trabajadores no dudan en aumentar estratosféricamente sus propios emolumentos. El movimiento siempre consiste en adelgazar las posibilidades de bienestar por abajo y aumentarlas desaforadamente por arriba. Como si la supervivencia de unos cuantos escogidos dependiera exclusivamente de las precarias, y en muchos casos indecentes condiciones de los otros.
Nombrar simplemente este abismo salarial significa llevar la etiqueta de populista en la frente. Bueno. Pero díganme si no es verdad que los de arriba de la pirámide –los de la lista Forbes esa- están muy empeñados en dejar atrás al resto, en elevarse por encima de la humanidad y traducir sistemáticamente esa distancia en maltrato para las personas y el planeta. Siguen la linde aunque esta se acabe, como en el dicho.
El final de esta lógica es tan predecible como desgraciado. Quizás a estas personas tan inteligentes les falte un poco de imaginación para tirar del freno de mano y empezar a construir una economía más equitativa, en la que el propósito no sea acumular sin límites sino favorecer una prosperidad sostenible, poner a circular los recursos y la renta. En fin, pensar en un bienestar para todos que también los beneficiaría a ellos. Es normal que estas ideas, en un artículo como este, suenen como una ensoñación. No importa, la contracultura trabaja a largo plazo y hay mucha gente actuando ya en esa línea. Pensar en ese cambio es tan importante como sus objetivos.
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