A Punta en patinete

Por mucho que digan, el único problema que tenemos con el Puente es que no cabemos

Coches circulando por el Puente del Odiel.
Coches circulando por el Puente del Odiel.

05 de junio 2024 - 06:00

El otro día soñé que tenía un patinete. Iba a todas partes montado en él. Lo mismo me acercaba a comprar una cafetera al Hipercor que de paso visitaba a mi madre que me llegaba un momentito a recoger unas pizzas al Domino’s o a por un bacalao al douro del Mercadona, que está bueno pa lo barato que sale, oye. Era una pasada. Diría que casi mejor que cuando iba por la vida en mi Vespino blanco, que por cierto todavía anda gracias al mimo que le pone mi compadre a esas cosas. No tenía que echarle gasolina, y para colmo tampoco gastaba luz porque, como era un sueño, no lo tuve que poner a cargar ni una sola vez, con todas las vueltas que di. Pero lo mejor de todo, sin duda, era que llegaba a todas partes en un pispás.

No había semáforos para mí, no había obras eternas ni laberínticas calles peatonales de carriles imposibles ni tenía que estar dos horas buscando aparcamiento. No había zona azul, que ya hay que soñar mucho para conseguir eso, y, por supuesto, tampoco había atascos.

Me desperté con un inquieto runrún en la cabeza, con una visión: la de un futuro feliz en el que miles de patinetes estarían todo el día yendo y viniendo de Huelva a Aljaraque, a Punta, El Portil o incluso al Pacún cruzando el Puente del Odiel con enorme júbilo, todos alegres, cantando incluso, porque ya no habría miedo a los atascos, que al fin se habrían terminado. Ni siquiera pondríamos objeción a lo de tener que cruzarlo a 60 por hora, porque en patinete si vas a 35 ya estás volando, y en cada carril cabríamos no uno, sino seis patinetes. ¡Qué digo seis! Ocho, por lo menos, de modo que cuando a alguno se le bloqueara la app, o se quedase sin bluetooth o se le fuera el wifi o se le acabase la batería, seguiría habiendo sitio para los otros siete. Mi visión era nítida. Clarividencia pura. El patinete era la solución.

La única manera de acabar con los problemas de una infraestructura que ya era deficitaria cuando se inauguró hace más de 30 años y que hoy es absolutamente insuficiente para los 44.000 vehículos que la cruzan cada día. Lo he pensado mucho desde entonces y no le veo otra: ni reducir la velocidad (da igual porque basta un pinchazo para provocar un atasco kilométrico), ni poner cien rotondas más ni cambiar otra vez las rutas de entrada o de salida. No hay solución posible porque, por mucho cuento que nos cuenten, el único problema que tenemos con el Puente del Odiel es que no podemos pasar todos. Que no cabemos, vaya.

Confieso que mi plan tiene sus grietas, pero es que solo le veo una alternativa. O todo cristo en patinete o nos buscamos un puente nuevo. Lo que pasa es que para lo del puente, que en cualquier otra provincia hubiera sido el planteamiento más normal desde hace mucho tiempo, tenemos un doble obstáculo.

El primero es que, desde aquella gracia electoral de Chaves, en Huelva todo lo que sea hablar de construir uno ya nos suena a cachondeo. El segundo, seguramente el más importante, es ese insoportable complejo de mindundis que tenemos. Ese poquito espíritu, esa escasa ambición que han tenido desde siempre los que deberían darnos las soluciones. De ser más valientes, a lo mejor estábamos ya, parafraseando la canción de Shakira, montados en un Ferrari en vez de en este triste patinete.

stats