La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
EXISTE una tradición hebrea, que más tarde fue acogida por la cristiandad, en la cual se asegura que toda persona es sacerdotisa, profetisa y reina, según el rito de un tal Melquisedec, que era un rey y sacerdote de la ciudad de Salem, actualmente llamada Jerusalén. Un día Melquisedec salió al encuentro de Abraham y en nombre de su dios lo bendijo, proclamándolo dueño del cielo y de la tierra. A lo que Abraham le pagó el diezmo de todo lo que poseía y siguió su camino.
Es significativo todo esto, por lo que simboliza cada figura: si Melquisedec (rey de justicia/del mundo) representa el poder jerárquico y la soberanía monárquica, Abraham (padre de muchos pueblos) que en el momento del encuentro venía de derrotar a otro rey que se había atrevido a apresar a su hermano, encarna por su parte al pueblo que se hace soberano por pura gracia. Significativo y anecdótico es también que después de este encuentro y pese a la importancia de todo lo que acababa de ocurrir (un rey abajándose y reconociendo la soberanía de un pueblo), cada uno sigue a lo suyo: Melquisedec continúa siendo rey y Abraham sigue constituyéndose como pueblo, aceptando y asumiendo la doble soberanía. Es decir: si bien se produce un hecho que simboliza un gran cambio de actitud, no llega a producirse ningún cambio estructural y material que refute tal acontecimiento. Después de esto es mucho mas fácil entender cómo avanzan las sociedades herederas de estas costumbres religiosas y monárquicas.
El caso es que, según la tradición, toda persona que descienda de estas costumbres y herencias es proclamada sacerdotisa, profetisa y reina. Esto es de admirar porque esta costumbre sobrevive y se mantiene dentro de otra tradición mucho más poderosa basada en la defensa e imposición de la jerarquía como la posibilitadora de estabilidad e identidad. Ya sea religiosamente o civilmente, existe la falsa creencia de que estamos mejor formando parte de un redil o bajo una cabeza aunque esta represente la diferencia social o el estatus.
Y ante un mundo con tanta soberanía, donde cada vez proliferan más, también por pura gracia las estructura en red, ¿cómo es posible seguir concibiéndonos como estructura piramidal?
La abdicación de un rey que quiere dejar paso al impulso de una nueva generación con energías para emprender "reformas que la coyuntura actual está demandando", el esfuerzo de un Papa por aparecer públicamente en televisión demostrando su sencillez y sabiduría, no son sino reflejo de ese avance social en bucle que llevamos reproduciendo desde los tiempos de Melquisedec.
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