Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Según el traductor automático de mi móvil, el titular de la información en portugués que se facilita al interesado no deja lugar a dudas: La Sauna Lésbica ocupa la Bienal para acoger y provocar.
Me refiero a la edición 35 de la Bienal de Sao Paulo, que puede visitarse hasta mediados de diciembre en el edificio del Parque de Ibirapuera, y está comisariada por Diane Lima, Grada Kilomba, Hélio Menezes y el español Manuel Borja-Villel, director del Museo Nacional Reina Sofía hasta que entró a formar parte de este cuarteto de expertos en arte contemporáneo que le ha dado forma y contenido a este desafío que cada dos años trata de testar el estado de salud del arte que se genera en nuestro tiempo y, por tanto, de dar pábulo a esta iniciativa de la Sauna Lésbica como la gran atracción de esta edición dado que, pese a la nula señalética para llegar hasta el Pabellón Ciccilio Matarazzo que acoge la Bienal, está propuesta parece ser lo único destacado por la organización tanto en el acceso como a la salida, para que quede constancia de que es el principal atractivo de esta edición en lo que se refiere al eco mediático, como si el cuarteto omnipotente y decisorio ya asumiera desde un principio que todo el contenido de su apuesta curatorial es tan poco atractivo y novedoso per se, que necesita del aparato mediático que se supone les reportará esta ocurrencia de la Sauna Lésbica para hacer cuanto más ruido feminista y radical, mejor.
Y por más que uno pueda estar en favor de una presencia igualitaria y del papel de la mujer en la escena del arte contemporáneo, y de compensar en la medida de lo posible tantos siglos de injusto ninguneo, no he podido evitar un destello de amargura y frustración al comprobar a qué extremos se puede llegar en este afán desmedido por ir siempre un paso más allá, como si estuviéramos embarcados en una absurda carrera de obstáculos de final imprevisible, ni aún teniendo presente que los extremos se tocan, finalmente: aunque la paridad del cuarteto curatorial -¡qué mal me suena el término curatorial!- trate de diluir cualquier atisbo de duda sobre sus decisiones en cuestión de género, proclama que "responde a los nuevos fascismos con un 80% de artistas no blancos", con lo que parece que no se aspira a eliminar las desigualdades buscando un equilibrio, sino a invertir el curso de la historia, de tal manera que antes y por encima del valor del arte que elige, este equipo curatorial ha decidido imponer, sin más, el género y la raza.
Por tanto, si los que mandan y toman las decisiones en las alturas del arte de nuestro tiempo priman el ser mujer y de cualquier otra raza que no sea la blanca, puede deducirse que, si no hay milagro que ponga remedio a este disparatado panorama, cualquier pintor caucásico ya debería ir pensando en dedicarse a otra cosa, mariposa.
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