Confabulario
Manuel Gregorio González
R etrocediendo
Enhebrando
Hace unos días escuchaba a la periodista Julia Otero, durante una entrevista en televisión, hablando de su tratamiento contra el cáncer. En ella señalaba cómo había aprendido a vivir con la provisionalidad, con ese concepto de equipaje hecho ante spoiler que todos sabemos y que olvidamos: la muerte. Cómo vivimos de espaldas al final de la película, hasta que un diagnóstico médico te pone frente a la melancolía de un futuro en el que tal vez no estés presente. Por casuísticas del destino, ese testimonio se entrelazó con la novela que he tenido entre manos, una extraña flor de la belleza porque el decaimiento y la derrota vital merodean por sus páginas. Esa sensación me ha acompañado unas cuantas semanas, pues soy un mal lector de novelas si se me mide con el cronómetro en la mano, pero me sumerjo en ellas como el mejor buceador de apnea. Además, salseo con varios libros a la vez; tengo varios hornillos encendidos donde las novelas son mi puchero a fuego lento. Morir es un color, se titula, y su autor es Mario Marín.
Con los títulos de las obras suelo hacer una composición previa, un cúmulo de expectativas. En este caso se me vinieron a la cabeza el poema la Primavera amarilla de Juan Ramón Jiménez y Lágrimas negras, ese suspiro que se le escapó en forma de bolero y son al cubano Miguel Matamoros y que en mis oídos resuena con las teclas de Bebo Valdés y el quejío de Diego El Cigala. Esa fórmula de aunar conceptos que percibimos por diferentes sentidos, como escribió Bécquer abriendo su poemario, ese deseo de amoldar palabras que fueran a un tiempo "suspiros y risas, colores y notas". Efectivamente, el libro se compone de historias que no merecen ser grises.
Así, me he dejado llevar por Huelva, Aljaraque, Bellavista. No volveré a caminar igual por el Holea o cualquier otro centro comercial. He visitado varias veces el Hospital Vázquez Díaz, siempre se va más a los hospitales de lo que uno desearía, pero nunca había paseado por sus habitantes. Hay lugares voluntarios donde uno no querría estar. Existen rotondas en la vida por las que salimos por el camino incorrecto. Las personas que nos acompañan son una suerte de azar. La familia es azar, la amistad es azar, qué decir del amor y las casualidades. He acompañado a los protagonistas, a Carmen y Santi, y les deseo lo mejor, porque hay muchos como ellos por la calle, muchas personas que ya habitan en su propio calabozo, y eso es bastante condena. Fueran las que fueran sus culpas, ya pagaron de sobra.
También te puede interesar
Confabulario
Manuel Gregorio González
R etrocediendo
Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Un cura en la corte de Sánchez
En tránsito
Eduardo Jordá
Luces
El zurriago
Paco Muñoz
Lo mío con Bette Davis
Lo último