Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
El otro día pasé de un estado de rabia absoluta a otro de alegría por reconocimiento de un aprendizaje. En el transcurso de tres horas, el final de un libro hizo que mi mente asimilara el desconcierto y lo transformara en esperanza, sabiduría y paciencia, cualidad esta última muy preciada en los tiempos que corren.
Casi dejo la huella impresa de mi dedo en el libro electrónico intentando averiguar si de verdad el final del libro había llegado, ¡no me lo podía creer! La historia concluyó con un desenlace que no esperaba, no era un final feliz: la protagonista moría y no había más páginas donde pudiera suceder un hecho heroico y escapara de la muerte.
Hay una opción en los libros electrónicos que te va diciendo el porcentaje que llevas leído: mis ojos se abrieron a la par que mi sangre empezaba a bombear con fuerza, porque al ver ese 99% que anunciaba el final, el autor de esta novela negra me estampó contra el muro de la cruda realidad, dejándome en el suelo pataleando como una niña pequeña.
Llamé incluso al que me había recomendado el libro, quería saber qué le había impulsado a hacerlo, si era mi amigo de verdad y por qué quería hacerme daño. Como hablando se entiende la gente, concluimos que lo bueno del libro es que es diferente a los demás: es crudo, realista, y te cautiva durante toda la trama. Una novela negra fascinante que nos ha dejado huella.
Busqué el libro en internet y vi una pequeña luz en la oscuridad: es el primer libro de una saga. Ahí mi mente elaboró un plan alternativo, rasqué y me imaginé un final más generoso acorde a mis necesidades de princesa de cuento.
¿Pero no es quizás esta historia un reflejo de la vida misma? Estamos tan hartos de ver y escuchar desgracias que cuando vemos una película, una serie o leemos un libro lo que ansiamos con todas nuestras fuerzas es eso de que “vivieron felices y comieron perdices”. En el fondo sabemos que la felicidad se nos escurre de las manos la mayoría de las veces y que las perdices tienen mucho hueso y poca carne, y no todo el mundo sabe desplumarlas.
Todo esto me hizo pensar en la necesidad que tenemos de cerrar círculos; nuestro cuerpo pide a gritos equilibrio y estabilidad porque queremos que las cosas salgan bien, queremos un poquito de alegría entre tanta incompetencia; que no se nos queme la tostada por las mañanas, que la colada de ropa blanca no salga rosa, que nos traten con dignidad en el trabajo, que se recojan las cacas de los perros, que tapen los agujeros de las carreteras y que los políticos no se peleen como niños en el patio del colegio. Y ya puestos, que no haya guerras ni gente sufriendo por culpa de machitos egoístas y prepotentes que no ven más allá de la sombra que proyecta su gran estupidez.
Y todo esto porque no me gustó el final de un libro. Esta noche empiezo el segundo de la saga, a ver si pone un poco de paz en este corazón partío.
Se dice que “algunos finales son felices, otros tan solo necesarios”, así que prepara ese cuerpo para lo que tenga que venir. ¡Feliz jueves!
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