Alto y claro
José Antonio Carrizosa
La confianza está rota
Tirando del hilo
La lobreguez de la sala queda interrumpida por las guías luminosas que sirven de mapa ante la inmensidad de lo ignoto. Entre luces, sientes que tu cuerpo se reduce, se eleva y comienza a formar parte de las estrellas que iluminan la estancia. Yayoi Kusama, artista japonesa, crea Fireflies on the Water para hablar de nuestro papel en el espacio infinito, dentro de galaxias más allá de la nuestra que reflejan que la vida puede ser concebida de múltiples maneras y que la nuestra solo es una más dentro de las posibilidades.
Nuestro modo de vivir estaba dentro de una rueda inagotable pero el pasado año se encargó de ponerle un palo para detenerla. En este tiempo hemos aprendido a vivir dentro de cuatro paredes sin saber bien qué pasaba fuera. La incertidumbre y la desinformación se hicieron dueñas de nuestros días, aletargándonos y dejándonos exangües. Los buenos días se convirtieron en una jarra de agua fría con cifras que, a día de hoy, nos siguen zarandeando. En el encierro, aprendimos a convivir con nuestras sombras, empezamos a trabajar desde casa, en pijama de cintura para abajo y con las legañas en las cuencas. Aprendimos a valorar la esencialidad de las personas que no pararon porque su rueda no lo hizo. Las pantallas se convirtieron en aliadas que nos dejaron ver más allá de nuestras narices. El silencio se apoderó de las calles, interrumpido, a veces, por aplausos olvidados. Las quiméricas murallas dibujadas por nuestros dedos se hicieron evidentes, arrebatándonos nuestra libertad por un fin común: el cuidado de nuestra salud. La realidad le hizo un jaque mate a la eternidad de un beso, un abrazo, un trabajo o una rutina creada, desmoronando los cimientos de nuestras costumbres más ancladas. Mientras tanto, el calendario siguió el pasar de la luna, celebrando el verano, la navidad y la vuelta a empezar. Un año después, el hastío y la fatiga reflejan que aún seguimos en esa escalera, como si viviéramos en el grabado de Ascendiendo y Descendiendo de Escher y fuéramos monjes obligados a subir y bajar escalones eternamente. En la imagen los más fatigados bajan los peldaños pero, mágicamente, aparecen de nuevo en el mismo sitio, encerrados en una eterna rueda. En la esquina derecha, un religioso está sentado, pensando, quizás, en la necedad de seguir caminando sin llegar a ningún sitio.
Aún vivimos a la espera del mañana, sorteando la mecha de la duda, el cansancio y la apatía. Seguimos separados, paralizados, contando los días y esperando que nuestra vida llegue de nuevo a nuestro buzón. Entre tanto, tal vez podamos separar la barbilla del cuello para mirar más allá, porque solo percibimos la oscuridad cuando salimos de ella, la apreciamos desde lejos y vemos, por fin, halos de luz certera. Como en el cuadro de Escher, quizás el fraile más sabio es el que está quieto, pensando cómo desentrañar el problema matemático y sortear así los peldaños falaces que le impiden seguir caminando hacia algún lugar certero.
También te puede interesar
Lo último