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Mario Vargas Llosa ha publicado hace unos días en El País un artículo muy elogioso sobre el libro de Andrés Trapiello Madrid, una acertada combinación de guía de la ciudad entretejida con la autobiografía del autor. La recomendación del Nobel ha contribuido a que sea difícil en estos días encontrar la obra en las librerías. De su autor, que gusta de las mezclas literarias, recuerdo Las armas y las letras, un clásico, actualizado en cada una de sus ediciones, con un recorrido muy bien documentado sobre los escritores de uno y otro bando en nuestra Guerra Civil. Vargas Llosa menciona cómo Trapiello, a los 18 años, dejó su pueblo leonés, después de un enfrentamiento con su padre, para irse a vivir a un Madrid que le adoptó sin reservas, haciendo honor a su condición de lugar hospitalario. Quizá el escritor hispano-peruano recordara su conflictiva relación con su propio padre, complicada además con la atracción que sentía hacia las mujeres de su familia que, por cierto, dieron frutos literarios tan notables como La tía Julia y el escribidor y Elogio de la madrastra.
Vargas Llosa, que muestra sus afinidades con Trapiello, discrepa sin embargo en la estima en que este tiene a Juan Ramón Jiménez y reconoce: "… no comparto su entusiasmo por algunos autores, como Juan Ramón Jiménez, de quien nunca he podido comprender la fama de que goza, pues me parece muy superior a su medido talento". Poco más adelante, se deshace en elogios hacia su "magnífico profesor" Carlos Bousoño, pero que "admiraba a Juan Ramón Jiménez, al que nunca he podido leer con entusiasmo (quizá sea defecto mío, no de él)." Aquí está, creo, la clave. Seguramente el fallo está en Vargas Llosa, pues Carlos Bousoño no solo está considerado como excelente poeta, que ganó el Premio Nacional de Poesía, el Nacional de las Letras y el Princesa de Asturias de las Letras; también, el Premio Nacional de Ensayo, precisamente por sus magistrales estudios sobre poesía.
Si consideramos que Juan Ramón recibió el Nobel en 1958 por ser un autor esencial, no solo para la poesía en lengua española, sino para la poesía contemporánea occidental, y que Vargas Llosa lo obtuvo en 2010 por una prolífica trayectoria literaria, básicamente novelesca, en la que no aparece la poesía, podemos concluir que bien podría haber prescindido de usar su tribuna periodística para emitir opiniones extemporáneas sobre asuntos que no domina.
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