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Por montera
Mariló Montero
¿Quién le va a pedir perdón?
La esquina
Santiago Abascal se ha venido arriba y corre el riesgo de desnortarse. Creo que ha hecho una lectura errónea de unos sondeos favorables, de los titubeos constantes de Feijóo y del festival ultra orquestado a su mayor gloria en Madrid al amparo de la oleada reaccionaria impulsada por el triunfo aplastante de Trump.
Por orden inverso. Su adhesión incondicional al trumpismo pone en cuestión la principal seña de identidad ideológica de Vox: el patriotismo. ¿Cómo se puede presumir de patriota y cuestionar a la Unión Europea mientras se guarda silencio sobre los aranceles que van a dañar claramente el interés nacional de España y perjudicar a diversos sectores económicos y sociales del país? ¿El patriotismo es sólo una bandera y un prietas las filas o es la defensa de los españoles? Segundo: ha intervenido en la cumbre de Madrid con una retórica estruendosa y guerracivilista, hablando de los disparos del enemigo interno y la quintacolumna dentro de la derecha (alusión al PP), enriqueciendo su teoría de la derechita cobarde y completando la práctica rupturista del espacio conservador (ha roto las mayorías con el Partido Popular en cinco gobiernos autonómicos). Tercero, está ignorando deliberadamente que aunque los sondeos reflejen subidas de Vox en porcentajes más bien cortos, su distancia con el PP sigue siendo considerable. Obtiene menos de la mitad de votos.
Le puede estar pasando con respecto al PP lo que en el inmediato pasado le ocurrió a Ciudadanos y Podemos en relación con el PSOE. A Albert Rivera y Pablo Iglesias les cegó la ambición y los dos soñaron con dar el sorpasso a Pedro Sánchez. No supieron digerir sus triunfos circunstanciales y parciales y los creyeron antesalas del Olimpo. ¿Quizás fue por aquello de que ningún tonto se sobrepone a un éxito?
Cada uno en su burbuja, los dos obviaron que la española es una sociedad de clases medias, renuente a las aventuras, un país desarrollado, cuyos problemas requieren consensos sociales y políticos amplios y cuya mayoría social se muestra sistemáticamente más adepta a los grandes partidos nacionales que a los extremos del tipo que sean. El PSOE es mucho PSOE y el PP mucho PP, aunque sus máximos dirigentes actuales dejen bastante que desear.
Abascal, como antes los otros, no acepta influir como hermano menor en un futuro gobierno de derechas. Exige ser el hermano mayor. Una estrategia estéril.
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