12 de diciembre 2024 - 03:06

La Navidad se va acercando. Es como una brisa que acaricia nuestro espíritu. Es ese soplo de fe que nos va inundando ante la llegada de algo sublime, único, que es consustancial en nuestras creencias más firmes.

La Navidad es como una oración sencilla que todos deseamos, que pone en nuestros corazones sentimientos de alegría y de tristeza. De nostalgia.

Vivimos estos días arropados en ese Adviento que es tiempo de preparación. Un compás litúrgico del que ya se hablaba en el siglo tercero de nuestra era. Desde entonces mantenemos los mismos pilares de fe, de amor y tradición en esas fechas cercanas.

El Adviento es un tiempo de vigilancia, de conversión, de testimonio, y siempre de amor a María, la Madre que hace posible el Milagro. La Nochebuena se acerca llenando todo el mes de diciembre de un sentimiento nuevo, repetido cada año. Los días van pasando y cada uno de ellos es un nuevo escalón que nos va elevando al gran momento de nuestra fe.

¡Qué bello resulta cantar a la Navidad! Si verdaderamente existe poesía para días especiales, yo diría que ella es esa en que los versos nacieron, como Jesús, en el declinar del año, y que por rimas tuvieron la canción que brota de un pesebre, en una cueva lejana, allá por un lugar de sueños llamado Belén. Poesía pura que se ha hecho fácil porque su armonía es sonora, y las letrillas populares, como oraciones rendidas en el pentagrama de la emoción, nos animan a cantar con inocencia infantil los milagros de una Noche que ya para siempre sería y llamaríamos Buena, porque lo era.

Vamos preparándolo todo. Estamos en Adviento. En el aire, el espliego y el romero se fundirán en una bella oración, emanada en las alturas, para todos los hombres de buena voluntad. El campo, rígido, desnudo en sus colores, realza la bella tristeza de una estación que va a comenzar: el invierno.

Me gusta escribir sobre la Navidad. Desde niño siempre lo hago. Es un gozo interior vivir esos momentos que invaden el alma. Sentir versos de ilusiones que nos acercan a una realidad distinta, pronunciar palabras para agradecer a Dios volver a vivir tan cercana contemplación. Fechas sagradas que se vienen y se irán por la senda callada de nuestra vida. Días de Paz y de Bien que, en el más puro amor franciscano, queremos sembrar a nuestro alrededor. Horas en las que anunciamos, al calor de la Navidad, donde no existan rencores, ni odios, ni enfrentamientos, ni olvidos… Hay que hacer brotar, para esos días, el manantial del perdón hecho amor y alegría de nuestra fe, en la vivencia de la religión.

Pronto será Navidad. Esperémosla con esa ilusión del Adviento iluminado con la luz del corazón. Sigamos gozando de todo aquello que aprendimos de niño, soñando ante un humilde Nacimiento, donde recreábamos los lugares y los hechos de algo tan grande que en su esencia de Verdad y Redención nos iba a fortalecer toda nuestra vida.

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