
Gafas de cerca
Tacho Rufino
Rearme y mili
El sentimiento de que estamos aquí de prestado no deja de perseguirme, no sé si a ti te ocurrirá lo mismo. Estos días, la naturaleza se encarga de recordármelo con las inundaciones, las mangas marinas y la fuerza desbordada de los ríos. Hace unos días, el Tajo arrasó con parte del puente viejo de Talavera de la Reina, una de las estructuras más emblemáticas de la ciudad. Dos tramos del viaducto, también conocido como puente romano o de Santa Catalina, se desplomaron bajo el empuje de un caudal que superó los 1.000 metros cúbicos por segundo.
Y justo me entero de que la AP-4 se ha inundado porque, hace miles de años, allí había un lago: el Lago Ligustino, que ni siquiera sabía que existía hasta que decidió manifestarse de nuevo. Conocido en la época romana como Lacus Ligustinus, este enorme estuario abarcaba gran parte de la actual provincia de Sevilla y parte de Cádiz y Huelva. En la Antigüedad, conectaba el río Guadalquivir con el Atlántico, permitiendo la navegación hasta lo que hoy es la ciudad de Sevilla. Con el paso de los siglos, los sedimentos fueron colmatando el lago, transformándose progresivamente en lo que hoy conocemos como las marismas del Guadalquivir.
Entonces la historia nos golpea en el estómago y nos deja doblados, tirados en el suelo: la tierra no es nuestra, nada permanece. Nuestro paso por el mundo es tan frágil como esas estructuras que creemos eternas. No importa cuánto construyamos, cuánto modifiquemos el paisaje o cuánto nos aferremos a la idea de permanencia: tarde o temprano, la naturaleza recupera lo que fue suyo. Quizás todo esto sea la manera que tiene el pasado de llamar a nuestra puerta y recordarnos que, en el gran relato de la historia, nosotros somos la nota a pie de página, somos un paréntesis, una mota de polvo, un estribillo que se olvida y un garbanzo que se cae en el hueco entre la pared y el frigorífico.
Desde nuestro sillón vemos las noticias de las tres, dando gracias a la Santísima de que ese terremoto haya sido en la otra punta de España; volcanes en erupción, olas de calor y riadas de un minuto que arrasan con todo lo que encuentran a su paso, mientras nosotros seguimos mojando la magdalena en el café como si fuéramos inmunes a los caprichos de la naturaleza. Hasta que un día, el agua nos llega a las rodillas, la tierra tiembla bajo nuestros pies y el viento se lleva el techo de nuestra casa; así, de repente, dejamos de ser espectadores para convertirnos en protagonistas involuntarios del telediario más aterrador.
Y si no, que se lo digan a los dinosaurios, que pasaron de ser los reyes del cotarro a figuritas de museo. O a la Atlántida, que pasó de ser el sitio de moda a un arrecife de coral.
Bueno, dejemos de recordar escenarios catastróficos. Vamos a centrarnos en el presente: prepara tu mochila antitsunamis que cualquier día de estos nos vemos todos en lo alto del Conquero. No te compres el adosado en El Portil, estás avisado. ¡Feliz jueves!
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