El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
Los movimientos racistas y fascistas se está abriendo paso en la culta Europa cada vez con más fuerza. En Francia, los neofascistas de Le Pen han ganado las elecciones europeas, en Alemania los neonazis se han consolidado como segunda fuerza. En España un imbécil, creador de bulos y mentiras, se ha unido a la fiesta... La pobreza y la desesperación suelen ser un buen caldo de cultivo para que una parte de la población empiece a sentir al extranjero pobre como un enemigo. Vienen a quitarnos el trabajo, nos están invadiendo, cada vez hay más negros y más moros son algunas de las frases que ya se escuchan en las calles y plazas de nuestro barrio o de nuestro pueblo. Es curioso y peligroso cómo el sistema es capaz de convertir a los pobres en enemigos de los que cada vez están siendo más pobres.
El desprestigio de la clase política, los altos niveles de corrupción, el secuestro financiero de la democracia, la falta de conciencia son otras de las causas que colaboran al ascenso de la ideología racista y homófoba en los países europeos. En el nuestro, la derecha democrática gobierna con ellos en casi todas las comunidades autónomas y para contentarlos no duda en recortar libertades, quitar derechos a los inmigrantes y a los colectivos feministas y LGTBI. El escepticismo de la población ante la posibilidad de un cambio de escenario distinto de esta crisis inflacionista que estamos soportando también colabora al resurgimiento de los totalitarismos. Y hay que ponerle freno, no podemos consentir que el odio al inmigrante y el uso de la fuerza vuelva a ser el día a día de nuestro país o del continente europeo. Hay que empezar a trabajar para poner freno a tantos descerebrados. Estas elecciones son un aviso de lo que nos espera. Hay que desactivar el crecimiento de la ultraderecha. Y eso sólo podemos hacerlo desde el compromiso cívico por un mundo abierto al mestizaje, desde la unidad de los empobrecidos, independientemente del lugar del que procedan, desde políticas solidarias.
Se hace necesario pues volver a prestigiar la política, meter el dedo en el ojo de la corrupción, transformar este sistema financiero genocida e injusto en otra forma distinta de organizar la economía y las relaciones, mucho más justa y mucho más humana. Es la hora de la revolución de la esperanza, es la hora de la solidaridad y la justicia. O empezamos ya o, tal vez, mañana habremos de lamentar nuevas dictaduras y nuevos odios en la “civilizada” Europa.
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