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La ciudad y los días
Carlos Colón
Vente a Alemania, Pedro
Postrimerías
Por si no teníamos suficiente con los europeos que señalan a Occidente como responsable de todos los males del mundo, una variante especialmente absurda de self-hate que ha arrasado en estos años con lo que quedaba de izquierda ilustrada, ahora vienen los autodenominados patriotas a decirnos que agasajar a los tiranos es lo más conveniente para nuestros intereses. No deja de sorprender la comprensión que manifiestan ciertos supuestos defensores de los valores occidentales por las ocurrencias y sinrazones del sujeto que dirige el destino de Estados Unidos –insuperable Golfo de América– y parece que se ha propuesto recuperar la arcaica doctrina de las zonas de influencia, con idea de relegar al viejo continente a una condición de vasallaje. Puede que los consabidos delirios de la doctrina woke expliquen la reacción, pero los términos que plantea este nacional populismo –y su ideario, que es más bien un credo, también nacido de la ciénaga de las identidades– son tanto o más indefendibles. Suena a sarcasmo la apelación al sentido común mientras se despliega una actuación encaminada a favorecer el abuso, la fuerza bruta y el desprecio a los débiles, en aras de un “realismo político” que premia la arrogancia, la impiedad y los manejos de la plutocracia. Asociado al impresentable valido, un presunto genio cuyas payasadas sugieren indicios de desvarío, y amparado por la eficaz y brillante retórica del predicador de las colinas, el Golfo y su corte de freaks van como un cohete, nunca mejor dicho, pero su legitimidad democrática –también la tiene el Gran Patán que padecemos en esta península de nuestros pecados– no justifica una deriva autoritaria cada vez más indisimulada. La entrega de Ucrania a sus agresores es una indignidad que traiciona a la nación que ha resistido valerosamente, pagando con la destrucción de amplias zonas del país y un alto coste de vidas, la invasión no declarada del criminal que sueña con revivir la dominación zarista o soviética sobre los pueblos a los que Rusia esclavizó durante décadas. La idea de convertir la asolada franja de Gaza en un resort, previa limpieza étnica de la población palestina, es tan estúpida e inhumana que sólo puede traer más desgracias. La elección de Arabia Saudí, una abyecta teocracia que lleva años financiando el terror, como escenario de un torpe amago de negociación que persigue humillar a la nación agredida, es una burla que retrata las convicciones de quienes se precian de seguir el mandato del pueblo. Si lo que quiere el pueblo es dejarse intoxicar por el patriotismo de garrafa y someterse al chulo de la clase, merecerá recibir el trato dispensado a los siervos.
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