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El lanzador de cuchillos
Primo Levi nunca creyó que saldría vivo de Auschwitz, pero cuando se obró el milagro, sintió sobre sus hombros el terrible peso de dar testimonio de aquel horror, de revelar al mundo el conocimiento de las atrocidades que sus verdugos quisieron ocultar.
Se podría pensar que en esta era digital en que las imágenes viajan en tiempo real intentar esconder la verdad, negar los hechos, sería mucho más difícil, pero pese al excedente de información, valioso antídoto a la conspiración del silencio que se cernía sobre los campos de exterminio nazis, asistimos una vez más –Ucrania es un triste ejemplo– al resurgimiento del escepticismo y la dificultad para solidarizarse con las víctimas y recoger su desesperada denuncia.
Por eso, el legado de Primo Levi es precioso para nosotros. En Si esto es un hombre, publicado en 1958 pero escrito al poco de ser liberado su autor, relataba el sueño recurrente de los prisioneros del campo de trabajo de Birkenau: regresaban a casa y contaban lo que les había pasado, pero nadie les creía. Los campos de exterminio, más que resguardados por los guardias y las alambradas, lo estuvieron por su propia monstruosidad, que los hacía inconcebibles.
En esta era nuestra de las verdades líquidas, el sectarismo y las fake news, sobre el Holocausto judío acecha el peligro del negacionismo desacomplejado. Gracias a quienes, como Primo Levi, levantaron acta de lo que los hombres pueden llegar a hacer a otros hombres, tenemos a mano la vacuna. Sólo hay que leer el testimonio austero de una víctima que no grita, pero hace inteligible el horror como una siniestra señal de peligro. “En un instante, con intuición casi profética, se nos ha revelado la realidad: hemos llegado al fondo. Más bajo no puede llegarse: una condición humana más miserable no existe, y no puede imaginarse. No tenemos nada nuestro: nos han quitado las ropas, los zapatos, hasta los cabellos; si hablamos no nos escucharán, y si nos escuchasen no nos entenderían. Nos quitarán hasta el nombre: y si queremos conservarlo deberemos encontrar en nosotros la fuerza de obrar de tal manera que, detrás del nombre, algo nuestro, algo de lo que hemos sido, permanezca”. Es el dramático relato de su experiencia en Auschwitz: quería narrar el horror de los campos de concentración con doloroso desapego, evitando la tentación del odio. Con un lenguaje sobrio que hiciese aún más fuerte la percepción del Mal absoluto. Se questo è un uomo es, a la vez, prueba de cargo y tabla de salvación.
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