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LO banal suele ser siempre insustancial, banalidades, al fin y al cabo. Que la Junta de Andalucía reconozca que tiene a 1.800 empleados públicos sin hacer nada, vamos tocándose los huevos y cobrando, es lo más trivial que podemos escuchar en estos días. Y lo ha dicho, mientras arrestaban al alcalde de Granada, Miguel Ángel Vázquez, el portavoz de la Junta.
Igual de banal es la labor de Kichi en el Ayuntamiento de Cádiz. Nos enteramos que pagó a Pablo Carbonell 48.000 euros por el pregón. Un pregón de Carnaval que el propio Kichi calificó en Twitter como "irreverente, mal educado, políticamente incorrecto, como tiene que ser el Carnaval. Grande Pablo Carbonell". Eso dijo el alcalde de Cádiz en su cuenta de la red social tras abonar la morterada de euros. ¿Banalidad? Ustedes dirán.
En nuestra reciente historia de la literatura hay también bastantes banalidades literarias. Hay autores que deberían haber dejado de escribir, su obra, ya completa en la humilde opinión de quien redacta estas líneas, se ha visto empañada por publicaciones que no alcanzan el techo o la categoría esperada. Ocurrió con las últimas novelas de Cela. Premio Nobel español. Como la última novela de otro Nobel. Me refiero a Vargas Llosa y su obra Cinco esquinas. La más vendida en las últimas semanas. De Vargas Llosa se espera todo, su pluma es mágica, pero en esta última obra echamos en falta muchas cosas, muchas incógnitas, muchas lagunas. Como si hubiera escrito rápido, por compromiso editorial, o por banalidades.
No recomiendo la lectura de Cinco esquinas a nadie. Mejor lean al Vargas Llosa anterior. Igual que tampoco soy capaz de recomendar el Rilke de Mauricio Wiesenthal. Imposible. No ya por las más de mil páginas del libro, ni siquiera por las generosas reseñas y comentarios que la crítica oficial de este país ha dado sobre este libro publicado por Acantilado. Si alguien desea conocer a Rilke que lea sus poemas, o sus Cartas a un joven poeta -indispensables-, o tal vez ese antiguo libro de la editorial Júcar en su colección Los Poetas, edición de Federico Bermúdez Cañete. Esto sí nos lleva a Rilke, al puro Rilke, al desnudo y complicado Rilke. Wiesenthal ha escrito una banalidad literaria. No digo que no se haya documentado, en absoluto, lo ha hecho con creces, pero ha transmitido, en muchos pasajes del libro, mera palabrería. Si desean leer un buen libro de Mauricio Wiesenthal, o dos, les recomiendo El esnobismo de las golondrinas o Libro de réquiems.
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