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Hay comportamientos sociales que arraigaron, con más o en menos fuerza, en todas partes. Es el caso del bandolerismo que, como resabio atávico, ha perdurado hasta tiempos recientes. Fue una primitiva forma de apropiación: los que carecían de bienes se los quitaban, gracias a la violencia, a quienes los poseían. Si el desequilibrio entre las propiedades de unos y las carencias de otros se convertía en crónico, sin que otros medios lo evitasen, tarde o temprano se atajaban esas diferencias de manera drástica. Se recurría sin paliativos a una justicia ejercida por propia mano. O dicho de forma muy gráfica: si no robabas, te morías de hambre. De ahí, la aureola que, en muchos lugares, rodeó a la figura del bandolero, redentor de la gente necesitada. Y la literatura se hizo eco de esta idolatría popular, que alcanzó su culminación al extenderse la sensibilidad romántica. En Andalucía esa forma de reestablecer una cierta igualdad social llenó de contenido a centenares de obras y publicaciones. Hasta el extremo de figurar el bandolero, de entonces, como uno de los personajes más presente en el mundo de las letras. Por una larga serie de motivos, este supuesto justiciero encajó con precisión en el imaginario creativo andaluz. A partir de su comportamiento era posible explicar el complicado mundo de conflictos, violencia y frustraciones que predominó durante siglos en la vida cotidiana andaluza. Se hizo necesario idealizarlo lo suficiente para que cumpliese su misión redentora en el amplio escaparate de tópicos que alimentan la imagen de estas tierras. Pero como tantos otros personajes de su estirpe, mitad realidad, mitad invención, el bandolero se había quedado anquilosado, incapaz ya de servir de modelo literario para formas más sutiles y modernas de apropiarse de lo ajeno e incapaz asimismo de despertar un nuevo interés en los historiadores modernos. Por fortuna, Fernando Durán López, una vez más, siguiendo las huellas que, como investigador, él mismo ya había adelantado, se ha atrevido a recuperarlo y a poner el bandolerismo andaluz en el lugar que merece. Su propuesta ha tenido como punto de partida una reedición (en Renacimiento) de la versión abreviada de El bandolerismo andaluz, de Julián de Zugasti, personaje de tanto interés político como el encarnado por los propios bandidos que persiguió. Pocas veces a un texto y a un asunto histórico se le ha sacado tanto y tan sabio juego interpretativo. Ya se puede, pues, viajar tranquilos; el viejo bandolerismo ha sido desenmascarado. Ahora queda el reto de quitarles el disfraz a los bandoleros del presente.
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