El catalejo
¿Que no hay impunidad?
Gafas de cerca
El terremoto con epicentro en la Casa Blanca exacerba el debate sobre quién es quién en esta tierra, al parecer redonda. ¿Sobre qué se puede hablar, sino sobre Trump, que tiene a muchos el alma en un puño, pero que a otros pocos les resulta apóstol de la regeneración y hasta mesías que, como el Pisuerga por Valladolid, pasa por la vera ideológica de quienes, incluso desde provincias remotas, ven en la prepotencia de sus planes un nuevo mundo, y mejor?
España experimenta con el presidente americano, con su golpe de mano geopolítico, comercial y de trasfondo militar, una reedición de nuestra congénita tara de bipolaridad: los arrugados woke autoinfligidos por sus excesos moralizantes frente a los conversos a Donald, exuberantes. El nuevo frentismo made in Spain (Europe) es una peleílla periférica, colateral a lo que parece cocerse desde el planetario centro de poder con sede en Washington, que dista de haber caducado. Que se reinventa estrepitosamente. Silente el wokismo, el trumpismo hispánico saca pecho. Llama la atención cómo muchos aclaman como promisorios y redentores los ataques frontales de Trump a todo lo que de ancla hay en nuestro marco social, político y económico, y en nuestra Defensa: la UE y la OTAN son artefactos en plena catarsis. ¿O se trata de su voladura?
En el súbito fervor por Trump subyacen, indisimuladas, dos razones: el pequeño odio doméstico hacia un Gobierno personificado en el magistral funambulista político llamado Sánchez, y el incentivo de los votos crecientes que vaticinan los sondeos a la derecha dura, al rebufo del brío electoral de formaciones nacionalistas y anticomunitarias en lugares tan señalados como Alemania, a la que acusan de haberse inmolado con la Agenda 2030: qué desmemoria, e ingratitud. La trumpofilia hispana, tan prorrusa –cosas veredes–, se llama Vox. Aplaudían el reciente discurso del vicepresidente USA, Vance, el otro día en Bruselas. “Estamos al borde de la paz en Europa”, dijo el emisario. No es poca la carga de profundidad. Su breve alocución no fue otra cosa que una declaración de guerra a la UE. De momento, lo de guerra es una metáfora. No lo es la notificación estadounidense de su divorcio con lo que se daba en llamar Occidente. La resurrección de Putin de la mano del America First tampoco es simbólica: es bélica. Hasta nueva orden, es intimidatoria. ¡Viva nuestro Trump! ¡Viva nuestra Rusia del alma! (“Dios, me he disparado en el pie, pero no hay dolor, todo sea por los nuestros... aunque a nuestros nuevos ídolos les importemos un pimiento chamuscado”).
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