El Malacate
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En tránsito
El cómico Broncano no tiene un Lamborghini, pero tiene un Porsche, y eso está muy bien –cada uno es libre de comprarse el coche que le dé la gana–, salvo que uno se dedique a hacer el gamberro que lucha heroicamente con sus risitas y sus bromas contra el poder de los opresores (los ricos, las multinacionales, el pérfido capitalismo, etc, etc). Recordemos que su programa anterior en Movistar –una multinacional del Íbex 35– se llamaba La resistencia, y ahora su programa en La 1 de RTVE se llama La revuelta, como si Broncano fuera el cabecilla de un guerrilla insurgente que lucha en la jungla contra un tirano. Vaya, vaya. Así que el bueno de Broncano, con su Porsche y su arete en la oreja, se nos presenta como el joven luchador contracultural que se opone a todo lo que sea opresión y explotación y burguesía y aburrimiento. No podemos negar que el chaval es listo (o mejor, listillo), porque sabe que en esta época no hay camino más rápido hacia el éxito –el Porsche, los millones en el banco– que hacerse pasar por combativo y contracultural y enemigo del poder. Pero no te equivoques, eh, no vaya a ser que elijas para tus bromas al enemigo equivocado.
Hay algo que me llama mucho la atención en el programa que hacía Broncano para Movistar: siempre les preguntaba a sus invitados cuánto dinero tenían en el banco. También les preguntaba cada cuánto follaban (como si fuera un cura con sueños húmedos en el confesionario), pero a mí lo que me hace gracia es lo de preguntar por el dinero. ¿No se supone que somos todos unos muertos de hambre que resistimos como podemos en nuestra revuelta cotidiana porque vivimos explotados por ese capitalismo inmoral que fomenta la desigualdad y la injusticia? ¿No se supone que sólo tenemos deudas y agujeros contables? Entonces, ¿a qué viene preguntar por el dinero que tenemos en el banco? ¿Y no demuestra esa pregunta una fijación enfermiza por el dinero? En fin, ahí lo dejo.
Y por último, hay otra cosa que me llama mucho la atención en Broncano: su pésima dicción y su pésima sintaxis. Cuando tiene que utilizar conceptos abstractos, nuestro cómico gamberrillo se trabuca constantemente. Para ser un comunicador famoso, su uso del lenguaje –dejando aparte las bromas y las exclamaciones– es mucho más que descuidado. Deben de ser cosas de la generación mejor preparada de nuestra historia.
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