Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Por libre
DECIMOS en Huelva cuando se plantean situaciones escasamente atrayentes: "… tenemos lo que nos merecemos…", y recuperando el concepto que exponía alguien muy cercano y decisivo a mi orientación para apreciar esas cuestiones, me niego a aceptar ese aserto y me aferro a lo que él decía: "… lo que merecemos no, lo que nos gusta y como solemos tener mal gusto, nos tragamos lo peor…". Y es que somos, además, tan afables, tan abiertos, tan acogedores con lo que nos viene de fuera que aquí, de entrada, al que "habla fino y bajito" le otorgamos la razón y le damos acceso a todo lo mejor. Al final, resulta con harta frecuencia que el personaje en cuestión termina engañando o defraudando a unos pocos. Pero bueno, así somos y, aunque lo asumamos, no debemos persistir en ese error basado más en nuestras ¿bondades?, que no en un ejercicio crítico, constructivo y analítico, de lo que acontece y quienes, como ejecutores, son los responsables.
Viene esta introducción a cuento por lo visto en las pasadas corridas de toros en las Colombinas y especialmente el día 3. De entrada, y antes del comentario, me parece mentira que nos traigan el ganado que vemos a la provincia, quizá, más rica en ganado bravo. Dicho esto. Sí, ya sé que para ver primeras figuras hay que ceder, pero si seguimos sublimando lo normal, porque se considera figura al protagonista, aceptamos una larga de rodillas como coartada exculpatoria, ante la devolución del impresentable toro que correspondía. Catalogamos de poderosa muleta una composición súper forzada de la figura y los gritos -no la voz- acompañantes del muletazo para inducir al clamor o transigimos con una salida a hombros antirreglamentaria, a pesar de las advertencias o la actitud poco disciplinada de un ¿caballero? rejoneador. Está claro que seguirán en el futuro devaluando el espectáculo y restándole el mayor fundamento de esta fiesta única: la verdad.
Así, pues, no me valen los dobles discursos de algunos taurinos -verdaderos peligros para la tauromaquia y no otros- pidiendo apoyos, buscando presencia juvenil, apostando por el señuelo de la Cultura, intentando alcanzar la autogestión y, luego, desvirtuar el espectáculo. Así es imposible avanzar. Sin respetar las normas, reglamentos, autoridad, llegamos a la impunidad y el fracaso estará servido, tarde o temprano, por bondadosos que sean los públicos, como sucede con el de Huelva.
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