Desde la Ría
José María Segovia
Gran orquesta
El balcón
Sin ponerse de acuerdo, los jefes de la oposición en Andalucía y España han cambiado de look a la vez. Juan Espadas se ha dejado la barba y Núñez Feijóo se ha dejado las canas. Los cambios de aspecto mandan mensajes. El aspirante andaluz se ha dejado barba este verano; consultó después a su entorno y hubo consenso de que le quedaba bien. Otra cosa es si proyecta una apariencia contraria a la juventud, modernidad y cambio que su partido necesita. En verano el consejero de Agricultura, Fernández Pacheco, hizo lo contrario; se afeitó, pero ya se la está dejando. Ahí hay más tino: el exalcalde de Almería tiene cara aniñada y la barba le procura distinción.
Feijóo busca el mismo efecto en medio de la guerra sin cuartel que libran PP y PSOE. De golpe, ha aparecido sin sus gafas de pasta y ha dejado de teñirse las canas. Voces expertas explican que el tinte le quedaba anticuado y ahora su imagen es más natural. Al parecer usaba un tinte vegetal marrón chocolate y a veces se le iba la mano. Rompe así una norma no escrita; los presidentes del PP que llegaron a La Moncloa se teñían el pelo. Y tanto Aznar como Rajoy lo siguen haciendo.
José Bono siempre se había teñido y cuando era presidente del Congreso se hizo un llamativo trasplante capilar. En el extranjero ha habido hasta litigios. En 2002 una asesora de imagen aconsejó al canciller alemán Schröder que dejara de teñirse para ganar autenticidad. Su mujer [cuarta esposa y no fue la última] se enfadó tanto que la cosa acabó en pleito. Un juez de Hamburgo prohibió a la agencia DDP referirse a la fiabilidad del dirigente socialdemócrata, aunque no entró en el fondo del asunto. Teñido o no, Schröder lo que no tenía es un pelo de tonto. De hecho, es un listo, ha amasado una fortuna como lobista de Putin en Alemania.
De aquella época también es el cambio de imagen de Susana Díaz. En 2003, cuando era concejal de Sevilla, pasó de tener un pelo negro ensortijado a otro liso y paulatinamente claro. Pero el campeón de los tintes es Donald Trump, que ha probado todas las tonalidades del amarillo pollito al naranja intenso. Menos cuidadoso es su amigo el exalcalde de Nueva York Rudy Giuliani. Al presentar una demanda para revertir los resultados de 2020 empezó a caerle por las mejillas el líquido oscuro de un imprudente retoque de urgencia que se había dado en las patillas. Algún travieso diputado socialista del Parlamento andaluz compara a Giuliani con el consejero de Universidades Gómez Villamandos, que usa un artificioso tinte negro zaino. La guerra del encanto es menos peligrosa que la de las querellas. O no…
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