Carnaval

El mundo de ayer

14 de febrero 2025 - 03:06

Lo recuerdo y no sé si decía exactamente eso. Al inicio de El chico, de Chaplin, la historia tremenda de un padre cristalero y pobrísimo y viudo y de su hijo, unas palabras ocupan la pantalla: “Una historia con muchas sonrisas y alguna lágrima”. Las historias antiguas podían permitirse eso: prometer cosas sencillas. Chaplin era el continuador del teatro popular, y todo arte popular tiene la capacidad y la necesidad de apelar a emociones básicas, y no por ello superficiales. Lo popular es hondo y longevo; lo popular es, como lo llaman algunos, el eco del pueblo, pero no de este pueblo ni de aquel, sino de todos, unidos bajo el mismo concepto que hace las delicias de los folclóricos, los populistas o los románticos alemanes.

Lo popular es universal, y da igual quién y dónde vea El chico: reirá como yo me reí, y llorará como yo lo hice cuando la policía se lleva al niño de Chaplin y él se queda dormido y sueña que su hijo está con él de vuelta, y los policías son ángeles y no existen la soledad ni el dolor. Pero lo popular también tiene su parte de local. Aquí lo sabemos bien, porque de la mano de febrero llega el Carnaval de Cádiz.

Es de Cádiz, pero es también de Sevilla. De pequeño pasé muy pocas horas en la calle y no supe mucho de él, y apenas guardo el recuerdo de Una chirigota con clase, la cumbre del Love y los suyos, en la que el barbudo don Adolfo le preguntaba a un quejumbroso alumno: “¿Estás malo? ¿O es que tienes gripe?”. Y el alumno replicaba: “¡No! Es que me he pillao la pisha con la tapa del pupitre”.

Las cosas cambiaron en mis años universitarios, ese mini Erasmus andaluz en el que el estudiante de Sevilla comparte horas y cervezas con gaditanos, onubenses, cordobeses, extremeños, castellanos y algún almeriense despistado. Cada cual aportaba a las conversaciones y a las listas de reproducción y a los viajes en coche sus gustos, y algunos –no sólo gaditanos– nos daban clases carnavaleras, y se te empezaba a ir la lengua en las horas muertas con el soniquete y el tatachán de las comparsas y las chirigotas, de los cuplés y los pasodobles, de Martínez Ares, de Juan Carlos Aragón, de Manolo Santander, del Selu.

En Cádiz siguen fabricando año tras año nuestra historia, porque la historia se cuenta y se canta, y sin arte no sabríamos decir, pasado el tiempo, quiénes fuimos y qué sentimos entonces. El Carnaval de Cádiz me trae a la memoria aquellos años, y tal vez por eso, al ver aparecer al Yuyu en el Falla catorce años después, como si el tiempo no hubiera pasado, sonreí y, por supuesto, también dejé caer alguna lágrima.

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