El catalejo
Optimismo moderado
La aceptación fatalista de la violencia -mejor dicho: de la guerra, con todas sus letras-, pone en evidencia la corrosión de los valores europeos y está cuajada de contradicciones. Mostrar algunas de ellas seguramente también será tildado de inútil (otro fatalismo), pero igualmente sirve como ejercicio de resistencia.
Primera contradicción: Los dirigentes europeos hablan de paz y seguridad al mismo tiempo que aceptan, sin intento de crítica o debate, una política acelerada de rearme. Lo mismo sucedió durante la llamada “paz armada”, caracterizada por el incremento del militarismo, en los años previos a la Primera Guerra Mundial. ¿Por qué se descartan las soluciones diplomáticas? ¿Armarse hasta los dientes no es la forma más segura de meternos en un escenario bélico? ¿De verdad no hay otra salida, o da igual que la haya, porque es lo que manda la industria armamentística?
Segunda contradicción: los partidos de (supuesta) izquierda se suman a las llamadas al rearme, con escasas y honrosas excepciones. Para lavar su imagen incluyen la coletilla de que “no afectará al gasto social”, como si fuéramos estúpidos. Aumentar los gastos de defensa significa además alimentar la militarización de las fronteras, justo una de sus denuncias más recurrentes ¿Qué muro de contención van a presentar frente a la extrema derecha, si ellos son los primeros en reforzar las dinámicas del miedo y de la ley de las armas?
Otra más, en la larga lista de las contradicciones, y esta es especialmente triste: los intelectuales callan, los ciudadanos parecen resignados, anestesiados por el temor. Los gobiernos de Finlandia o Suecia, recientemente ingresadas en la OTAN, han empezado a enviar instrucciones a la población para advertir sobre lo que se debe hacer en caso de conflicto bélico en su territorio, ¿hay que esperar a que algo así nos despierte? ¿No tenemos suficientes evidencias de que a los que juegan a las batallitas les importa un rábano el sufrimiento de la gente? ¿Se puede salir de la parálisis?
Se puede, claro que se puede. No es una posición cómoda, esta de situarse frente al discurso dominante, de reafirmarse en que hay otros modelos que garantizan derechos y amplían la senda de la paz. Pero lo que ocurre hoy remueve nuestra forma de estar en el mundo. Con todas nuestras contradicciones a cuestas, sí, y con un convencimiento: solo los ciudadanos podemos parar esta carrera. Volvamos a gritar No a la Guerra.
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